sábado, 28 de marzo de 2015

La Misión

 "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.(Jn. 3:16-18)" 

Una de las ordenes de Dios que mas olvidamos es la misión que cada uno de nosotros debemos cumplir, la predicación de la Palabra de Dios (Evangelismo). No debemos olvidar la misión misma de Dios en su Hijo Unigénito, el cual ingresó a este mundo caído y perverso, cumpliendo la ley perfectamente, tomando nuestra maldición y bebiendo la copa de la ira de Dios... Más ¿cómo creerán, si no se predicase el evangelio?, ¿cómo rechazarán el creer sin un previo mensaje predicado?
Predicación Puritana

La misión de Dios en su pueblo continúa, más  en estos versículos vemos que Juan nos muestra algo muy importante, y me refiero al... "Porque de tal manera amo". Dios en su Hijo nos muestra su amor inmerecido, un amor que lo mueve a entregarse a sí mismo por su creación, "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros"(Rom. 5:8).
Amor que nos debiera mover a predicar el Evangelio al perdido, ya que se presupone que si verdaderamente amamos a Dios, naturalmente este amor fluye hacia el pecador.

Hace un tiempo atrás escuche a un Pastor presbiteriano predicar, y el hacía una comparación que la encontré muy practica y objetiva, en le sentido de siervos y canales de bendición que debemos ser, él hablaba de una manguera en forma de "L" la cual apuntaba al cielo y al campo debajo de nuestros pies, es aquí donde quiero detenerme un momento, ya que nuestra vida debe estar completamente sumida en la presencia de Dios, mirando y contemplando su gloria, anhelado su venida, deleitándose siempre en Él, de esta manera seremos canal de bendición donde el agua (Palabra) corre  y riega los campos con la predicación del Evangelio de Jesucristo. ¿Está nuestra vida sumida en su presencia?...

Mas que necesario es nuestra obligación (en amor) el predicar el Evangelio. Dios nos ayude querido hermano, y que su Palabra nos lleve por el camino correcto, primeramente a amar a Dios por sobre todas las cosas, y que Él sea el centro de nuestra vida (Deut. 6:5-9). 

"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.(Mat. 28:19-20)"

Gracia y Paz. Soli Deo Gloria.


sábado, 21 de marzo de 2015

De las Sagradas Escrituras

1. Los seres humanos no tienen excusa delante de Dios, porque la luz de la naturaleza, las obras de la creación y providencia, revelan la bondad, la sabiduría y el poder de Dios; sin embargo, éstas no son suficientes para dar aquel conocimiento de Dios y de su voluntad, que es necesario para la salvación. Por lo tanto, agradó al Señor, en diferentes épocas y diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia; y luego, para la mejor preservación y propagación de la verdad y para un más seguro establecimiento y consuelo de la Iglesia contra la corrupción de la carne, la malicia de Satanás y del mundo, le agradó también poner escrito, en forma completa, dicha revelación; lo cual hace que las Santas Escrituras sean muy necesarias, puesto que ahora han cesado ya aquellas maneras anteriores por las cuales Dios reveló su voluntad a su pueblo.

1) Dios se revela al hombre de dos formas distintas: en la naturaleza y en las Escrituras,
2) ningún hombre puede evadir la constante confrontación de aquello que revela al Dios vivo y verdadero (aun sin la Escritura),
3) todo hombre se encuentra sin excusa en cuanto a su estado ignorante y pecaminoso, y
4) que las Escrituras son necesarias para el conocimiento verdadero y salvífico de Dios porque sólo en ellas halla la provisión redentora de Dios.

Durante mucho tiempo ha sido una costumbre entre los Cristianos (aun los que tienden a ser Reformados) el hablar de la insuficiencia de la revelación natural, como si hubiera algún defecto en la revelación que hace de Dios. Esto se puede comprobar en el uso tradicional de las "pruebas teístas."

a) A partir del mundo como un gran efecto podemos argumentar la posibilidad de una gran causa.
b) A partir del evidente orden y diseño en el mundo podemos argumentar la posibilidad de una inteligencia diseñadora.
c) A partir del evidente gobierno del mundo por la ley moral, podemos argumentar la posibilidad de un dador de esa ley moral.

Después que éstos, y otros argumentos similares, fueron desarrollados y recopilados, se esperaba que los incrédulos se convencieran de que:

a) "un dios" probablemente existe; y
b) que si existe, posiblemente sea el Dios de la Escritura.

Sólo después de "comprobar" la existencia de "Dios" se podía esperar que el incrédulo aceptara otra evidencia que confirmara la existencia de Dios. Observen que en este esquema la criatura fija los términos bajo los cuales Dios tiene que presentar sus credenciales. No se le permite a los hechos decir, "El Dios verdadero es", sino solamente, "Puede que exista un dios".

¿Cuál es el problema con este método? Simplemente esto: Cada hecho (y la suma de todos los hechos) comprueba la existencia del Dios de la Biblia. Y hay una buena razón para ello. Este Dios es. Siempre era. Existía antes de la creación de cualquier cosa. Y el universo existe solamente porque él así lo planeó. Cada detalle de los aspectos relacionados a la existencia tiene el propósito y carácter preciso que Dios diseñó. Consecuentemente, tiene el significado otorgado por Dios. "Los cielos declaran la gloria de Dios; y el firmamento demuestra sus obras...no hay idiomas ni lenguaje donde no o se escuche su voz"(Sal. 19:1,3). Todo el cielo y toda la tierra declaran que el verdadero Dios es, que él es glorioso, que él es el Creador y Gobernador de todo y que somos sus criaturas.

 El hombre era la verdadera imagen de Dios. Solo él entre todas las criaturas podía pensar los pensamientos de su Creador. Antes del hombre sin pecado toda la creación (incluso su propio ser) era un espejo sin sombra en el cual Dios podía ser visto con la claridad de la visión. En la mente del hombre, la revelación de Dios era re-interpretada de una forma autoconsciente. Era la tarea del hombre tomar consciencia del sentido que Dios puso en el universo. El hombre emprendió esta labor (Gn. 2:19,20). Usó sus poderes de investigación dados por Dios para descubrir el verdadero significado de la naturaleza (es decir, el significado impreso por Dios). Cuando Adán le "dio nombre" a algo en el mundo de la naturaleza, estaba simplemente leyendo el "nombre"(significado) puesto por Dios.
 Sin embargo, debemos observar que aun antes de la caída del hombre, Dios se reveló tanto en palabras como en la naturaleza. La naturaleza revelaba todo lo que Adán necesitaba para un verdadero conocimiento de la naturaleza de Dios y del mundo. Pero, ¿cómo podía Adán conocer la voluntad o el propósito de Dios? Y, ¿cómo podía saber lo que debería ser su propia voluntad o su propósito? La respuesta es: Sólo por medio de una revelación especial (por la Palabra). Para que el hombre pueda ser la imagen y semejanza de Dios, hay dos cosas esenciales. Su ser tiene que ser como el de Dios y su voluntad o propósito también. El ser de Dios no es una cuestión de "elección". El ser del hombre tampoco es una elección. Él es la imagen de Dios. Ser otra cosa no sería humano. Mientras el hombre sea hombre, él existe a imagen de Dios. Por lo tanto, se deduce que la mera existencia del hombre le exige una comprensión de deidad en su interior. Todo hombre conoce a Dios, el Dios verdadero, el único Dios. No sólo tiene la capacidad para conocerlo; sino que lo conoce, y no puede evitar el conocerlo. Sin embargo, el propósito del hombre es cuestión de elección. Tal y como Dios es libre de hacer su voluntad, así también el hombre (siendo creado a imagen divina) es libre de hacer su voluntad. Pero aun en su libre albedrío el hombre no puede escapar  el control absoluto de Dios porque el ser del hombre (siendo sólo una imagen) es totalmente dependiente de Dios. Al levantar su voluntad contra la voluntad de Dios revelada en su Palabra, el hombre sólo puede violar, pero nunca destruir, su relación dependiente de Dios. Es la imagen de Dios de forma metafísica, aunque haya dejado de ser su imagen de forma ética. La resolución del hombre de ser independiente de Dios está condenada a la frustración, y mediante la revelación natural se le hace recordar esto de forma clara y constante. La revelación natural nunca deja de declarar al hombre pecaminoso que el Dios verdadero es, y que la misma existencia del hombre es totalmente dependiente de Dios. Por consiguiente, para poder seguir en rebelión contra Dios, al hombre no le queda más que mentirse a sí mismo acerca de la situación. Debe suprimir la verdad en perversidad (Rom. 1:20). Sin embargo, esta supresión de la verdad (por lo cual el hombre pecaminoso se rehúsa a conocerse a sí mismo o al verdadero Dios) se debe completamente al pecado y de ninguna manera a al insuficiencia de, o algún defecto en, la revelación natural.
Sin embargo, la revelación de Dios antes de la caída era diferente a la que Dios ha dado desde la caída, tanto en su revelación natural como especial (hablada). Las dos formas de revelación siempre concuerdan. La revelación natural y especial antes de la caída estaban relacionadas a, y diseñadas para, operar por medio de la obediencia de Adán. La caída las tornó inoperantes. La revelación ahora habla con relación a la condición caída del hombre. La revelación natural no sólo declara los atributos de Dios (como , lo ha hecho desde el comienzo) sino que también revela la ira de Dios contra toda perversidad y profanidad del hombre (de lo cual no necesitaba testificar anteriormente por la simple razón que no existía la perversidad ni profanidad en el hombre). La Biblia nos enseña que la revelación natural ahora testifica acerca de estas cosas (Rom. 1:18; 2:14,15, etc.). Algunos cambios fueron introducidos en el orden natural (Gn. 3:18ss.) para que la naturaleza testificara de la maldad y la ruina del hombre. Así como la la regularidad y la paz del medio ambiente original del hombre habían testificado, en toda forma, de la bondad de Dios; ahora su agitación y violencia testifican que, todos los días, Dios esta enojado con los pecadores. Por esto no le es más fácil al pecador aceptar la revelación de Dios en la naturaleza de lo que le es aceptarla en las Escrituras. La revelación natural es "difícil" de "leer" para el pecador, no porque no diga lo suficiente, ni porque no hable con suficiente claridad, sino porque dice demasiado y con demasiada claridad.
Sin embargo, de la misma forma en que vino la prueba de la obediencia del hombre por medio de la revelación verbal, así también el remedio para la necesidad actual del hombre viene por medio de revelación verbal. Sólo el evangelio puede suplir la revelación natural de tal manera que pueda: (a) Revelar los medios para remover la enemistad de Dios (Rom. 1:17; 2Cor. 5: 18-21ss.), y (b) convertir al hombre, nuevamente, en un súbdito voluntario de la voluntad de Dios (Rom. 12:1,2). Por lo tanto, le ha complacido a Dios llevar a cabo esta revelación en un proceso gradual, el cual ya ha sido completado, con el resultado que su Palabra salvadora está depositada ahora en la Biblia.




Cuan importante son las Escrituras, tanto para crecer en gracia y conocimiento. Por esto, debemos tener muy claro que la Palabra de Dios es la única regla de fe y conducta para nuestras vidas, en un tiempo donde las "nuevas revelaciones" son el opio de la cristiandad. Dios nos guíe en este camino a recorrer, en amar su Palabra por sobre todas las cosas y estar atentos a la "fe" disfrazada que se aleja de la revelación especial de Dios, o sea "Las Santas Escrituras".  Soli Deo Gloria. 




(Sacado del libro "La Confesión de fe de Westminster, para clases de estudio" G.I. Williamson) 

lunes, 16 de marzo de 2015

EL ESTUDIO DE DIOS

El 7 de enero de 1855 el pastor de la capilla de New Park Street, Southwark, Inglaterra, inició su sermón matutino con las siguientes palabras:   
Alguien ha dicho que "el estudio apropiado de la humanidad es el hombre". No vaya negar este concepto, pero pienso que es igualmente cierto que el estudio apropiado para los elegidos de Dios es Dios mismo; el estudio apropiado para el cristiano es la Deidad. La ciencia más elevada, la especulación más encumbrada, la filosofía más vigorosa, que puedan jamás ocupar la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la persona, la obra, los hechos, y la existencia de ese gran Dios a quien llama Padre.
J. I. Packer
  
En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. Es un tema tan vasto que todos nuestros pensamientos se pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se hunde en su infinitud. Cuando se trata de otros temas podemos abarcarlos y enfrentarlos; sentimos una especie de autosatisfacción al encararlos, y podemos seguir nuestro camino con el pensamiento de que "he aquí que soy sabio". Pero cuando nos damos con esta ciencia por excelencia y descubrimos que nuestra plomada no puede sondear su profundidad, que nuestro ojo de águila no puede percibir su altura, nos alejamos con el pensamiento de que el hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como el pollino salvaje; y con la solemne exclamación de que "soy de ayer, y nada sé". Ningún tema de contemplación tenderá a humillar a la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios.  
Más, si bien el tema humilla la mente, al propio tiempo la expande. El que con frecuencia piensa en Dios, tendrá una mente más amplia que el hombre que se afana simplemente por lo que le ofrece este mundo estrecho. El estudio más excelente para ensanchar el alma es la Ciencia de Cristo, y este crucificado, y el conocimiento de la deidad en la gloriosa Trinidad. Nada hay que desarrolle tanto el intelecto, que magnifique tanto el alma del hombre, como la investigación devota, sincera, y continua del gran tema de la Deidad. 
Además, a la vez que humilla y ensancha, este tema tiene un efecto eminentemente consolador. La contemplación de Cristo proporciona un bálsamo para toda herida; la meditación sobre el Padre proporciona descanso de toda' aflicción; y en la influencia del Espíritu Santo hay bálsamo para todo mal. ¿Quieres librarte de tu dolor? ¿Quieres ahogar tus preocupaciones? Entonces ve y zambúllete en lo más profundo del mar de la Deidad; piérdete en su inmensidad; y saldrás de allí como a levantarte de un lecho de descanso, renovado y fortalecido. No conozco nada que sea tan consolador para el alma, que apacigüe las crecientes olas del dolor y la aflicción, que proporcione paz ante los vientos de las pruebas, como la ferviente reflexión sobre el tema de la Deidad. Invito a los presentes a considerar dicho tema esta mañana.   Las palabras que anteceden, dichas hace más de un siglo por C. H. Spurgeon (que en esa época, increíblemente, tenía sólo veinte años de edad) eran ciertas entonces y siguen siéndolo hoy. Ellas constituyen un prefacio adecuado para una serie de estudios sobre la naturaleza y el carácter de Dios.  
"Pero espere un momento -dice alguien-, contésteme esto: ¿Tiene sentido realmente nuestro viaje? Ya sabemos que en la época de Spurgeon a la gente le interesaba la teología, pero a mí me resulta aburrida. ¿Por qué vamos a dedicarle tiempo en el día de hoy al tipo de estudio que usted nos propone? ¿No le parece que el laico, por de pronto, puede arreglárselas sin él? Después de todo, ¡estamos en el año 1979, no en l855!"   
La pregunta viene al caso, por cierto; pero creo que hay una respuesta convincente para la misma. Está claro que el interlocutor de referencia supone que un estudio sobre la naturaleza y el carácter de Dios ha de ser impráctico e irrelevante para la vida. En realidad, sin embargo, se trata del proyecto más práctico que puede encarar cualquiera. El conocimiento acerca de Dios tiene una importancia crucial para el desarrollo de nuestra vida. Así como sería cruel trasladar a un aborigen del Amazonas directamente a Londres, depositarlo sin explicación alguna en la plaza de Trafalgar, y allí abandonarlo, sin conocimiento de la lengua inglesa ni de las costumbres inglesas, para que se desenvuelva por su cuenta, así también somos crueles para con nosotros mismos cuando intentamos vivir en este mundo sin conocimiento de ese Dios cuyo es el mundo y al que él dirige. Para los que no saben nada en cuanto a Dios, este mundo se torna en un lugar extraño, loco y penoso, y la vida en él se hace desalentadora y desagradable. El que descuida el estudio de Dios se sentencia a sí mismo a transitar la vida dando tropezones y errando el camino como si tuviera los ojos vendados, por así decido, sin el necesario sentido de dirección y sin comprender lo que ocurre a su alrededor. Quien obra de este modo ha de malgastar su vida y perder su alma.   
Teniendo presente, pues, que el conocimiento de Dios vale la pena, nos preparamos para comenzar. Más, ¿por dónde hemos de empezar? Evidentemente tenemos que iniciar el estudio desde donde estamos. Esto, sin embargo, significa metemos en la tormenta, por cuanto la doctrina de Dios constituye foco tormentoso en el día de hoy. El denominado "debate sobre Dios", con sus lemas tan alarmantes -"nuestra imagen de Dios debe desaparecer"; "Dios ha muerto"; "podemos cantar el credo pero no podemos decirlo" - se agita por todas partes. Se nos afirma que la fraseología cristiana, como la han practicado históricamente los creyentes, es una especie de disparate refinado, y que el conocimiento de Dios está en realidad vacío de contenido. Los esquemas de enseñanza que profesan tal conocimiento se catalogan de anticuados y se descartan -"el calvinismo", "el fundamentalismo", "el escolasticismo protestante", "la vieja ortodoxia". ¿Qué hemos de hacer? Si postergamos el viaje hasta que haya pasado la tormenta, quizá nunca lleguemos a comenzarlo. Yo propongo lo siguiente. El lector recordará la forma en que el peregrino de Bunyan se tapó los oídos con los dedos y siguió corriendo, exclamando: " Vida, Vida, Vida Eterna " cuando su mujer y sus hijos lo llamaban para que abandonase el viaje que estaba iniciando. Yo le pido al lector que por un momento se tape los oídos para no escuchar a los que les dicen que no hay camino que lleve al conocimiento de Dios, y que inicie el viaje conmigo para ver por sí mismo. Después de todo, las apariencias pueden ser engañosas, y el que transita un camino reconocido no se molestará mayormente si oye que los que no lo hacen se dicen unos a otros que no existe tal camino.   Tormenta o no, por lo tanto, nosotros vamos a comenzar. Empero, ¿cómo trazamos la ruta que hemos de seguir?   
La ruta la determinarán cinco afirmaciones básicas, cinco principios fundamentales relativos al conocimiento sobre Dios que sostienen los cristianos. Son los que siguen:   
1. Dios ha hablado al hombre, y la Biblia es su palabra, la que nos ha sido dada para abrir nuestros entendimientos a la salvación.  2. Dios es Señor y Rey sobre su mundo; gobierna por sobre todas las cosas para su propia gloria, demostrando sus perfecciones en todo lo que hace, a fin de que tanto hombres como ángeles le rindan adoración y alabanza.  3. Dios es Salvador, activo en su amor soberano mediante el Señor Jesucristo con el propósito de rescatar a los creyentes de la culpa y el poder del pecado, para adoptarlos como hijos, y bendecirlos como tales.  4. Dios es trino y uno; en la Deidad hay tres personas, Padre, Hijo, y Espíritu Santo; yen la obra de salvación las tres personas actúan unidas, el Padre proyectando la salvación, el Hijo realizándola, y el Espíritu aplicándola.  5. La santidad consiste en responder a la revelación de Dios con confianza y obediencia, fe y adoración, oración y alabanza; sujeción y servicio. La vida debe verse y vivirse a la luz de la Palabra de Dios. Esto, y nada menos que esto, constituye la verdadera religión.  
  A la luz de estas verdades generales y básicas, vamos a examinar a continuación lo que nos muestra la Biblia sobre la naturaleza y el carácter del Dios del que hemos estado hablando. Nos hallamos en la posición de viajeros que, luego de observar una gran montaña a la distancia, de rodearla y de comprobar que domina todo el panorama y que determina la configuración de la campiña que la rodea, se dirigen directamente hacia ella con la intención de escalarla.   
¿Qué entraña la ascensión? ¿Cuáles son los temas que nos ocuparán?   
 Tendremos que estudiar la Deidad de Dios. Las cualidades de la Deidad que separan a Dios de los hombres, y determinan la diferencia y la distancia que existen entre el Creador y sus criaturas, cualidades tales como su existencia autónoma, su infinitud, su eternidad, su inmutabilidad. Tendremos que considerar los poderes de Dios: su omnisciencia, su omnipresencia, su carácter todopoderoso. Tendremos que referimos a las perfecciones de Dios, los aspectos de su carácter moral que se manifiestan en sus palabras y en sus hechos: su santidad, su amor y misericordia, su veracidad, su fidelidad, su bondad, su paciencia, su justicia. Tendremos que tomar nota de lo que le agrada, lo que le ofende, lo que despierta su ira, lo que le da satisfacción y gozo.   
Para muchos de nosotros se trata de temas relativamente poco familiares. No lo fueron siempre para el pueblo de Dios. Tiempo hubo en que el tema de los atributos de Dios (como se los llamaba) revestía tal importancia que se lo incluía en el catecismo que todos los niños de las iglesias debían aprender y que todo miembro adulto debía conocer. Así, a la cuarta pregunta en el Catecismo Breve de Westminster, "¿Qué es Dios?", la respuesta rezaba de este modo: "Dios es espíritu, infinito, eterno, e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad, y verdad", afirmación que el gran Charles Hodge describió como "probablemente la mejor definición de Dios que jamás haya escrito el hombre". Pocos son los niños de hoy en día, con todo, que estudian el Catecismo Breve de Westminster, y pocos son los fieles modernos que habrán escuchado una serie de sermones sobre el carácter de la divinidad parecidos a los voluminosos Discourses on the Existence and Attributes 0f God (Discursos sobre la existencia y los atributos de Dios) de Chamock dados en 1682. Igualmente, son pocos los que habrán leído algo sencillo y directo sobre la naturaleza de Dios, por cuanto poco es lo que se ha escrito sobre el mismo últimamente. Por lo tanto hemos de suponer que una exploración de los temas mencionados nos proporcionará muchos elementos nuevos para la meditación, y muchas ideas nuevas para considerar y digerir.  
Por esta misma razón debemos detenemos, antes de comenzar el ascenso de la montaña, para hacemos una pregunta sumamente importante; pregunta que, ciertamente, siempre deberíamos hacemos cada vez que comenzamos cualquier tipo de estudio del Santo Libro de Dios. La pregunta se relaciona con nuestros propios motivos e intenciones al encarar el estudio. Necesitamos preguntamos: ¿Cuál es mi meta Última, mi propósito, al dedicarme a pensar en estas cosas? ¿Qué es 10 que pienso hacer con mi conocimiento acerca de Dios, una vez que lo haya adquirido? Porque el hecho que tenemos que enfrentar es el siguiente: que si buscamos el conocimiento teológico por lo que es en sí mismo, terminará por resultamos contraproducente. Nos hará orgullosos y engreídos. La misma grandeza del tema nos intoxicará, y tenderemos a sentimos superiores a los demás cristianos, en razón del interés que hemos demostrado en él y de nuestra comprensión del mismo; tenderemos a despreciar a las personas cuyas ideas teológicas nos parezcan toscas e inadecuadas, y a despacharlas como elementos de muy poco valor. Porque como les dijo Pablo a los ensoberbecidos Corintios: "El conocimiento envanece... si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo" (I COL 8: 1 a, 2). Si adquirir conocimientos teológicos es un fin en sí mismo, si estudiar la Biblia no representa un motivo más elevado que el deseo de saber todas las respuestas, entonces nos veremos encaminados directamente a un estado de engreimiento y autoengaño. Debemos cuidar nuestro corazón a fin de no abrigar una actitud semejante, y orar para que ello no ocurra. Como ya hemos visto, no puede haber salud espiritual sin conocimiento doctrinal; pero también es cierto que no puede haber salud espiritual con dicho conocimiento si se 10 procura con fines errados y se lo estima con valores equivocados. En esta forma el estudio doctrinal puede realmente tornarse peligroso para la vida espiritual, y nosotros hoy en día, en igual medida que los corintios de la antigüedad, tenemos que estar en guardia a fin de evitar dicho peligro.  
Empero, dirá alguien, ¿acaso no es un hecho que el amor a la verdad revelada de Dios, y un deseo de saber todo lo que se pueda, es lo más lógico y natural para toda persona que haya nacido de nuevo? ¿Qué nos dice el Salmo 119? - "enséñame tus estatutos"; "abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley"; "¡oh, cuánto amo yo tu ley! ", "¡cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca"; "dame entendimiento para conocer tus testimonios" (vv. 12, 18, 97, 103,125). ¿Acaso no anhela todo hijo de Dios, junto con el salmista, saber todo lo que puede acerca de su Padre celestial? ¿Acaso no es el hecho de que "recibieron el amor de la verdad" de este modo prueba de que han nacido de nuevo? (véase II Tes. 2: 10). ¿Y acaso no está bien el procurar satisfacer en la mayor medida posible este anhelo dado por Dios mismo?  
Claro que lo está, desde luego. Pero si miramos nuevamente lo que dice el Salmo 119, veremos que lo que anhelaba el salmista era adquirir un conocimiento no teórico sino práctico acerca de Dios. Su anhelo supremo era el de conocer a Dios mismo y deleitarse en él, y valorar el conocimiento sobre Dios simplemente coma un medio para ese fin. I Quería entender las verdades divinas con el fin de que su corazón pudiera responder a ellas y que su vida se fuese conformando a ellas. Observamos lo que se destaca en los versículos iniciales: "Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan... ¡Ojala fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!" (vv. 1, 2, 5).Le interesaban la verdad y la ortodoxia, la enseñanza bíblica y la teología, pero no Como fines en sí mismas sino como medios para lograr las verdaderas metas de la vida y la santidad. Su preocupación central era acerca del conocimiento y el servicio del gran Dios cuya verdad procuraba entender.   
Esta debe ser también nuestra actitud. Nuestra meta al estudiar la Deidad debe ser la de conocer mejor a Dios mismo. Debe interesamos ampliar el grado de acercamiento no sólo a la doctrina de los atributos de Dios sino al Dios vivo que los ostenta. Así como él es el tema de nuestro estudio, y el que nos ayuda en ello, también debe ser él el fin del mismo. Debemos procurar que el estudio de Dios nos lleve más cerca de él. Con este fin se dio la revelación, y es a este fin que debemos aplicada. ¿Cómo hemos de lograr esto? ¿Cómo podemos transformar el conocimiento acerca de Dios en conocimiento de Dios? La regla para llegar a ello es exigente, pero simple. Consiste en que transformemos todo lo que aprendemos acerca de Dios en tema de meditación delante de Dios, seguido de oración y alabanza a Dios.  
Quizá tengamos alguna idea acerca de lo que es la oración, pero no en cuanto a lo que es la meditación. Es fácil que así sea por cuanto la meditación es un arte que se ha perdido en el día de hoy, y los creyentes sufren gravemente cuando ignoran dicha práctica. La meditación es la actividad que consiste en recordar, en pensar, y en reflexionar sobre todo lo que uno sabe acerca de las obras, el proceder, los propósitos, y las promesas de Dios, y aplicado todo a uno mismo. Es la actividad del pensar consagrado, que se realiza conscientemente en la presencia de Dios, a la vista de Dios, con la ayuda de Dios, y como medio de comunión con Dios. Tiene como fin aclarar la visión mental y espiritual que tenemos de Dios y permitir que la verdad de la misma haga un impacto pleno y apropiado sobre la mente y el corazón. Se trata de un modo de hablar consigo mismo sobre Dios y lino mismo; más aun, con frecuencia consiste en discutir con uno mismo, a fin de librarse de un espíritu de duda, de incredulidad, para adquirir una clara aprehensión del poder y la gracia de Dios. Tiene como efecto invariable el humillamos, cuando contemplamos la grandeza y la gloria de Dios, y nuestra propia pequeñez y pecaminosidad, como también alentamos y damos seguridad -"consolarnos", para emplear el vocablo en el antiguo sentido bíblico del mismo- mientras contemplamos las inescrutables riquezas de la misericordia divina desplegadas en el Señor Jesucristo. Estos son los puntos que destaca Spurgeon en el párrafo de su sermón citado al comienzo de este capítulo, y son reales y verdaderos. En la medida en que vamos profundizando más y más esta experiencia de ser humillados y exaltados, aumenta nuestro conocimiento de Dios, y con él la paz, la fortaleza y el gozo. Dios nos ayuda, por lo tanto, a transformar nuestro conocimiento acerca de Dios de este modo, a fin de que realmente podamos decir que "conocemos al Señor". 

Sacado del libro "Hacia el conocimiento de Dios". Gracia y paz.

A gusto del Paladar

 "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado"(1Co 2:2)
         
Hoy en día esta de moda estos programas sobre cocina, donde se crean espectaculares platos que deleitan el paladar de aquellos que los degustan, algunos dulces, como tortas, Cupcakes y otros de despampanante presentación, donde cada uno tiene en común un adorno que les hace relucir, o mejor dicho "la guinda del pastel". De solo verlos ya el apetito comienza a crecer. Bueno, se preguntaran a que quieres llegar con esto?. Mi querido amigo esto no esta tan lejos de cada culto dominical, donde el sermón muchas veces es despampanante, dulce y que deleita el paladar(la carne), pero en su centro no está Jesucristo, sino que este mismo es usado como la "guinda" del pastel, solo un adorno de un sermón poco bíblico. Más las Escrituras son un todo coherente que apunta a Cristo y su obra de expiación, más el mismo san Pablo nos dice que en "Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" ( Col. 2:3). Y san Juan nos recuerda: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado". 

"Respecto a la afirmación de san Pablo, que Jesucristo nos ha sido dado "por sabiduría" (1Cor. 1:30), y en otro lugar, que en Él "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y conocimiento" (Col. 2:3), su sentido es un poco diverso del argumento que al presente tratamos; a saber, que fuera de Él no hay nada que valga la pena conocer, y que cuantos comprenden mediante la fe cómo es Él, tienen el conocimiento de la inmensidad de los bienes celestiales. Por ello el Apóstol escribe en otro lugar acerca de sí mismo: "me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Cor. 2:2); porque no es lícito ir más allá de la simplicidad del Evangelio. Y la misma dignidad profética que hay en Cristo tiende a que sepamos que todos los elementos de la perfecta sabiduría se encierran en la suma de doctrina que nos ha enseñado"
Juan Calvino
Muy bien lo dice el reformador, que fuera de Él (Cristo) no hay nada que valga la pena conocer. Por esto mismo, Cristo debe ser el centro de toda predicación, y no solo eso, sino de nuestra vida. Es en Él donde hallamos el verdadero deleite para el alma, como también las riquezas para vida eterna. 
Cristo no es el adorno de un sermón, para nada, Él es el evangelio. Necesitamos orar por esto, ya que muchos usan el púlpito solo para expresar pensamientos propios alejados del verdadero evangelio de la Cruz de Cristo. Y no solo eso, sino también contender por la fe que una vez nos fue dada. Dios nos ayude a glorificar su nombre en la predicación.

Soli Deo Gloria.





sábado, 7 de marzo de 2015

Breve historia de los credos y confesiones

Escrito Por EL RVDO. ARCHIBALD ALEXANDER HODGE 


CONTENIDO 




El contenido de este librito es parte del comentario del Rvdo. Archibald Alexander Hodge sobre la Confesión de Fe de Westminster. 

Archibald Alexander Hodge era el hijo eminente y sucesor de Carlos Hodge. Después de trabajer tres años como misionero en la India, y catorce años como pastor, Hodge pasó el resto de sus años enseñando Teología Sistemática en los seminarios teológicos en Allegheny (1864-1877) y Princeton (1877-1886). En este trabajo demostró ser uno de los más grandes profesores que América jamás haya producido. El profesor Patton de Princeton, referiéndose a Hodge dijo: 

« Su pensamiento y enseñanza fueron los de un genio y un santo, y ocupa una posición única entre sus iguales. Se ciñó a la teología reformada como una obligación sagrada. Lo defendió con celo, lo pensó con entusiasmo y lo reflejó en su vida ». 

INTRODUCCIÓN 

Todo lo que el hombre debe creer respecto a Dios, y los deberes que Dios impone al hombre, son revelados en las Escituras del Antiguo y Nuevo Testamento, las cuales habiendo sido dadas por inspiración de Dios, son la única y suficiente regla de fe y práctica religiosa para el hombre en su estado actual. Por esto deben ser creídas las unas y obedecidos los otros por ser la Palabra de Dios. Esta Palabra divina, entonces, es el único tipo o regulador de doctrina que tiene autoridad intrínseca para ligar la conciencia de los hombres. Todo lo demás tipos o reguladores tendrán tal autoridad, solamente cuando enseñen lo que las Escrituras contengan. 

No obstante, que las Escrituras son la obra de Dios, la comprensión de ellas pertenece a los hombres. Estos deben interpretar conforme a su mayor habilidad cada parte de la Escritura separadamente, y luego combinar en un todo completo cuanto ella enseña sobre cada verdad, y en seguida arreglar sus enseñazas sobre diferentes verdades en concordancia mutua como partes de un sistema armonioso. Todo estudiante de la Biblia tiene que hacerlo así; y que lo han hecho todos, es claro por los términos que usan en sus oraciones y discursos religiosos, ya sea que admitan o nieguen la conveniencia de los credos y confesiones humanas. Si ellos rehusan la ayuda ofrecida por las exposiciones de doctrina lentamente elaboradas y definidas por la Iglesia, deben hacer su credo particular con su propia sabiduría y sin ayuda alguna. La verdadera cuestión no es, como se pretende con frecuencia, entre la Palabra de Dios y los credos de los hombres, sino entre la fe ensayada y aprobada por el cuerpo colectivo del pueblo de Dios, y el juicio privado del repudiador de credos que no quiere que su inteligencia sea ayudada de nadie. 

Digámoslo de una vez, es una cuestión de hecho el que la Iglesia ha ido avanzando gradualmente en la obra de perfeccionar la interpretación de las Escrituras y de definir las grandes doctrinas que forman el sistema de verdades reveladas. La atención de la Iglesia ha sido dirigida especialmente al estudio de una doctrina en una época, y a la de otra en tiempo diferente. Como ella ha ido avanzando poco a poco en el discernimiento claro de la verdad evangélica, en diferentes tiempos ha ido sentando exposiciones más perfectas de sus adquisiciones en forma de Credo o Confesión de fe, con el objeto de instruir al pueblo y preservar sus doctrinas. Como al mismo tiempo los herejes se levantan por todas partes pervirtiendo la Escritura, exagerando ciertos aspectos de la verdad y negando otros igualmente esenciales, y el efecto de esto es cambiar la verdad de Dios en mentira, la Iglesia entonces se ve forzada por el gran principio de la propia conservación, a formar definiciones completas que contengan la verdad y excluyan el error de cada verdad particular que haya sido falsificada, y hacer exhibiciones comprensibles del sistema de verdades reveladas, y que ninguna de sus partes sea indebidamente disminuída o exagerada, sino que guarde la debida propoción con el todo. Al mismo tiempo debe hacer provisión para la disciplina eclesiástica, a fin de asegurar la cooperación efectiva de los que desean trabajar juntamente en la misma causa, y para que los maestros públicos de la misma comunión no se contradigan el uno al otro, y uno derribe lo que el otro se esfuerza en edificar. También deben prepararse formularios que representen hasta donde sea posible la verdad recibida por todos, y que revestida con la autoridad pública, sirvan para la instrucción de los miembros de la Iglesia y especialmente de los niños. 

En todos los tiempos y en todas las ramas de la Iglesia, se ha encontrado que los Credos y Confesiones son necesarios, y cuando no se ha abusado de ellos han servido para los fines siguientes: 

(1) Para marcar, disemminar y preservar las adquisiciones alcanzadas en el conocimiento de la verdad cristiana, por alguna rama de la Iglesia en alguna cisis de su desenvolvimiento. 

(2) Para discernir entre la verdad y los malos comentarios de los falsos maestros, y presentarla con integridad y debida proporción. 

(3) Para servir de base de asociación eclesiástica a los que están acordes en trabajar juntamente en armonía. 

(4) Para usarlos como instrumentos en la gran obra de la instrucción popular. 

Debe recordarse, sin embargo, que la materia de estos Credos y Confesiones liga a la conciencia de los hombres nada más en aquello que es puramente bíblico, y sólo por serlo: y en cuanto a la forma en que la materia se asienta, sólo liga a los que voluntariamente admiten la Confesión; y la razón para ello es que la han admitido. 

En todas las iglesias se hace distinción marcada entre los términos en que son admitidos los miembros privados a la comunión, y los términos en que son admitidos los funcionarios a los oficios sagrados de enseñanza y gobierno. Una iglesia no tiene derecho de hacer condición de recepción sino lo que Cristo haya hecho condición de salvación. La Iglesia es el redil de Cristo. Los Sacramentos son los sellos del pacto. Tienen derecho a pedir su admisión, aquellos que hacen profesión creíble de la verdadera religión, - aquellos de los cuales se pueda tener la presunción de que sean del pueblo de Cristo. Esta profesión creíble, envuelve de contado, un conocimiento competente de las doctrinas fundamentales del cristianismo- una declaración de fe personal en Cristo y de consagración a su servicio, y el estado debido en la mente y la disposición necesaria para ello. Por otra parte, ningún hombre debe ser instalado en algún oficio de una iglesia, cuando no profesa creer en la verdad y sabiduría de la constitución y leyes que es su deber conservar y administrar. De otra manera la armonía de sentimiento y la cooperación efectiva sería imposible. 

El Sínodo original de nuestra Iglesia Presbiteriana de América, en el año 1729, adoptó solamente la Confesión de Fe y los Catecismos de Westminster como modelo doctrinal de la Iglesia. Su acuerdo dice así: 

« Todos los ministros de este Sínodo, 18 en número, menos uno que declaró que no estaba preparado para dar su asentimiento, (pero lo hizo en la próxima reunión), después de proponer y discutir los escrúpulos que algunos de ellos tenían para aceptar la Confesión de Fe y los Catecismos Mayor y menor de la Asambea de Teólogos de Westminster, y conformes en la solución de ellos, declaran que dicha Confesión y Catecismos son la Confesión de su Fe, excepto algunas aláusulas en los capítulos vigésimo tercero, referentes a los magistrados civiles.» 

Otra vez el mismo cuerpo en el año 1788, preparando el camino para la organización de la Asamblea genaral, dice así: 

«El Sínodo, después de examinar detenidamente toda la Forma de Gobierno y Disciplina, la ratifica y adopta con las enmiendas que hoy tiene, como la Constitución de la Iglesia Presbiteriana en América, y por el presente ordena que se le estime, considere y observe estrictamente como regla en los procedimientos de todos los tribunales inferiores de este cuerpo.» 

«El Sínodo, después de revisar y corregir el Directorio de Culto, lo adoptó, y por el presente manda que dicho Directorio con las enmiendas que hoy tiene, sea la guía en la adoración a Dios en la Iglesia Presbiteriana en los E. E. U. U. El Sínodo manda que el Directorio y Catecismos se impriman y agreguen al volumen de la Confesión de Fe, Forma de Gobierno y Disciplina, y que todo sea considerado como el tipo de nuestras doctrinas, gobierno, disciplina y forma de culto, conforme a los acuerdos del Sínodo en sus actuales sesiones.» 

Lo que sigue es un resumen o historia general de los principales Credos y Confesiones de las diferentes ramas de la Iglesia Cristiana. Al anumerarlos seguimos el orden del tiempo y de las iglesias que se adhirieron a ellos. 

Capítulo 1. 

LOS CREDOS ANTIGUOS QUE EXPRESAN 
LA FE COMUN DE TODA LA IGLESIA 

Son pocos los Credos que se formaron antes del tiempo de la Reforma y se refieren a los principios fundamentales del cristianismo, especialmente a la Trinidad y a la persona del Dios Hombre y son la herencia de toda la Iglesia. 

1º. Credo de los Apóstoles 

Este no fue escrito por los Apóstoles sino que se fue formando gradualmente por un consentimiento común, fundándose en las varias confesiones que separadamente habían adoptado las congregaciones particulares y que usaban en la recepción de sus miembros. Adquirió su forma actual y el uso entre todas las iglesias, afines del siglo segundo. Fue puesto al fin del Catecismo Menor juntamente con la Oración del Señor y los Diez mandamientos en la primera edición publicada por orden del parlamento, «no porque se creyera que había sido compuesto por los Apóstoles, o porque debiera considerarse como escritura canónica... sino por ser un breve resumen de la fe cristiana, de acuerdo con la Palabra de Dios, y recibido antiguamente en as iglesias de Cristo.» 

2º. Credo Niceno 

Este fue formado sobre las bases de los Apóstoles, y la cláusula relativa a la divinidad sustancial de Cristo, fue agregada por el Gran Concilio celebrado en Nicea, Bitinia, 325 a.C., y las que se refieren a la divinidad y personalidad del Espíritu Santo, las añadió el segundo Concilio Ecuménico reunido en Constantinopla, 381 a.C., y la cláusula «filioque» (quiere decir: y del Hijo) la añadió el Concilio de la Iglesia Occidental verificado en Toledo, (España) 589 a.C. En su forma actual es el Credo de toda la Iglesia Cristiana; la Iglesia Griega sólo rechaza la última cláusula mencionada. Dicho credo es como sigue: 

«Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles; 
Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, 
Engendrado del Padre antes de todos los siglos, 
Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, 
Engendrado, no hecho, consubstancial con el Padre; 
Por el cual todas las cosas fueron hechas, 
El cual por amor de nosotros y por nuestra salud descendió del cielo, 
Y tomando nuestra carne de la virgen María, por el espíritu Santo, fue hecho hombre, 
Y fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato, 
Padeció, y fue sepultado; 
Y al tercer día resucitó según las Escrituras, 
Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre. 
Y vendrá otra vez con gloria a jugar a los vivos y a los muertos; 
Y su reino no tendrá fin. 
Y creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, procedente del Padre y del Hijo. 
El cual con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado; 
Quien habló por los profetas, 
Y creo en una santa Iglesia Católica Apostólica. 
Confieso un bautismo para remisión de pecados, 
Y espero la resurrección de los muertos, 
Y la vida del siglo venidero. Amén.» 

En el transcurso del tiempo brotaron en el seno de la iglesia opiniones heréticas respecto a la constitución de la persona de Cristo. 

Por esta razón la iglesia se vio forzada a proveer definiciones adicionales que sirvieran de defensa a la verdad. Una tendencia herética se desarrolló hasta el extremo en el Nestorianismo que sostenía que las naturalezas divina y humana de Cristo, constituían dos personas. Esto fue condenado por el Concilio de Efeso 431 d. C. La tendencia herética opuesta llegó a su colmo en el Eutiquianismo, que sostenía que las naturalezas divina y humana de Cristo, estaban unidas de tal manera que no eran sino una sola. Estas herejías las condenó el Concilio de Calcedonia, 451 d. C. Estos Credos que sostienen que Cristo tiene dos naturalezas en una persona, definen la fe de la Iglesia y son recibidos y aprobados por ella. 

3º. Credo Atanasiano 

Evidentemente éste fue compuesto mucho tiempo después de la muerte del gran teólogo cuyo nombre lleva, cuando, concluyendo las controversias, fueron establecidas las definiciones de los Concilios de Efeso y Calcedonia ya mencionados arriba. Es un gran monumento, único de la fe inmutable de la Iglesia en lo que se refiere a los grandes misterios de la piedad, de la Trinidad de personas en un solo Dios, y de la dualidad de naturalezas en la persona de Cristo. 


CREDOS Y CONFESIONES 
DE LAS DIFERENTES RAMAS 
DE LA IGLESIA EN EL TIEMPO DE LA REFORMA 

1º. Tipos doctrinales de la Iglesia de Roma 

Con el objeto de oponerse al progreso de la Reforma, el papa Paulo III convocó el Gran Concilio Ecuménico en Trento (1545-1563). Las liberaciones de este Concilio llamadas Cánones y Decretos del Concilio de Trento, forman la más alta autoridad doctrinal reconocida por esa Iglesia. Dichos cánones explican los decretos, distribuyen la materia de los puntos principales y condenan lo que de la doctrina Protestante se opone a ellos. 

El Catecismo Romano que explica y recomienda los cánones del Concilio de Trento, se preparó y fue promulgado por la autoridad del papa Pío IV, 1556. 

La Confesión de Fe Tridentina se impuso sobre todos los sacerdotes y candidatos de la Iglesia Romana y a los conversos de otras iglesias. 

En adición a esto, algunas bulas papales y varios escritos privados han sido elevados a la categoría de tipo de fe verdadera por la autoridad de los papas; por ejemplo «Catecismo de Bellarmino» 1603, y la bula «Unigenitus», de Clemente XI, 1711. 

La Teología enseñada en todos estos modelos papales, es Arminiana. 

2º. Tipos doctrinales de la Iglesia Griega 

La iglesia antigua, primero por causas políticas y eclesiásticas, después por diferencias en la doctrina y el rito, se dividió en dos grandes secciones. La Iglesia Oriental o Griega, y la Iglesia Occidental o Latina. Esta división comenzó a hacerse notable en el siglo séptimo y se consumó en el undécimo. La Iglesia Griega se extiende por Grecia, abarca la mayor parte de los cristianos del Imperio Turco, y la gran masa de habitantes civilizados de Rusia. Todas las Iglesias Protestantes nacieron al influjo de la Reforma, de la Iglesia Occidental o Romana. 

Atribúyese la Iglesia Griega el título de «ortodoxa», en un grado superior por razón de que los credos originales que definen las doctrinas de la Trinidad y de la persona de Cristo, y que ya mencionamos arriba, fueron hechos en la parte oriental de la Iglesia antigua, y por lo tanto son herencia suya en cierto sentido. Fuera de los límites que abarcan los credos antiguos y que dicha Iglesia sostiene con tenacidad, su teología se ha desarrollado muy imperfectamente. Poseen, sin embargo, algunas confesiones de tiempo más moderno, como la «Confesión Ortodoxa» de Pedro Mogilas, 1642, obispo metropolitano de Kiev, y la Confesión de Gennadius, 1453. 

3º. Confesiones de la Iglesia Luterana 

Todas las Iglesias Protestantes del tiempo de la Reforma se dividieron en dos grandes familias. La Luterana que incluye todas aquellas a las cuales imprimió su carácter el gran reformador cuyo nombre llevan; la Reformada, que por la otra parte incluye todas aquellas que derivaron su carácter de Calvino. 

La familia de Iglesias Luteranas la componen todos los protestantes de Alemania y de las provincias Bálticas de Rusia que se adhirieron a la Confesión de Augsburgo, juntamente con las Iglesias nacionales de Dinamarca, Suecia y Noruega, y la gran denominación de este nombre en América. 

Sus libros Simbólicos son: 

(1) La Confesión de Augsburgo, de la que fueron autores Lutero y Melancthon. Firmada por los jefes y príncipes Protestantes, fue presentada el Emperador y a la Dieta imperial en Augsburgo, a.C1530. Es la Confesión Protestante más antigua, la base en que se funda la teología Luterana, y el modelo más universalmente aceptado por dichas Iglesias. 

(2) La Apología (Defensa) de la Confesión de Augsburgo preparada por Melancthon, a.C.1530, y firmada por los teólogos protestantes en Smalcalda, 1537. 

(3) Los Catecismos Mayor y Menor preparados por Lutero, 1529; «el primero para el uso de los predicadores y maestros, y el segundo como guía para instruir a los jóvenes.» 

(4) Los Artículos de Smalcalda, elaborados por Lutero y firmados por los teólogos evangélicos en febrero, 1537, en el lugar cuyo nombre llevan. 

(5) La Fórmula Concordia (Forma de Concordia) fue preparada en 1577 por Andreä y otros para aclarar ciertas controversias que se habían levantado en la Iglesia Luterana, que se referían especialmente 
(a) a la actividad de la gracia divina y el libre albedrío humano en la regeneración, 
(b) y a la presencia del Señor en la Eucaristía. Su autoridad, sin embargo, sólo se reconoce por lo más formalista del partido Luterano, es decir por aquellos que observan rígidamente las peculiaridades de la teología Luterana, llevada hasta su último desenvolvimiento. 

4º. Confesiones de las Iglesias Calvinistas 

Las Iglesias Reformadas son aquellas de Alemania que suscribieron el Catecismo de Heidelberg, las Iglesias Protestantes de Suiza, Francia, Holanda, Inglaterra y Escocia, los Independientes y Bautistas de Inglaterra y América, y las ramas diferentes de la Presbiteriana en los dos últimos países mencionados. 

Las Confesiones Reformadas son muy numerosas aun cuando esencialmente están de acuerdo en la doctrina que enseñan. Las recibidas y consideradas más comúnmente como los tipos más elevados de autoridad simbólica del sistema general, son las siguientes: 

(1) La segunda Confesión Helvética, preparada por Bullinger, 1564

«La aceptaron todas las Iglesias Reformadas de Suiza con excepción de Basilea (que se conformó con la primera Confesión Helvética, su antiguo símbolo,) y por las Iglesias Reformadas de Polonia, Hungría, Escocia y Francia.»? (?History of Christian Doctrine, por Shedd) 

(2) El Catecismo de Heidelberg preparado por Ursinus y Oleviano, 1562

La autoridad civil lo estableció tanto para tipo doctrinal como para la instrucción religiosa en las Iglesias del Palatinado, (estado Alemán que en aquel tiempo incluía ambas orillas del Rhin.) También lo autorizó el Sínodo de Dort, y es la Confesión de Fe de las Iglesias Reformadas de Alemania y Holanda, y de las Iglesias Reformadas Alemanas y Holandesas en América. 

(3) Los treinta y nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra. 

Estos fueron originalmente elaborados por Cranmer y Ridley 1551, y al revisarlos por orden de la reina Isabel 1562, los obispos los redujeron al número actual. Estos artículos son Calvinistas en la doctrina, y son el tipo doctrinal de las Iglesias Episcopales de Inglaterra, Escocia, América y las Colonias inglesas. 

(4) Los Cánones del Sínodo de Dort

Este famoso sínodo fue convocado en Dort, Holanda, por mandato de los Estados Generales, con el objeto de aclarar algunas cuestiones controvertidas por unos discípulos de Arminio. Comenzaron las sesiones el 13 de noviembre del año 1619. 

Estaba por modo por pastores, ancianos y profesores de Teología de las iglesias de Holanda, de diputados de las iglesias de Inglaterra, Escocia, Hesse, Bremen, el Palatinado y Suiza; los delegados franceses no asistieron por habérselo impedido una orden del rey. Los Cánones de este Sínodo fueron recibidos por todas las Iglesias Reformadas como verdadera, segura y eminente exposición autorizada del sistema de Teología calvinista. Ellos, juntamente con el Catecismo de Heidelberg, constituyen la Confesión de Fe de las Iglesias Reformadas de Holanda, y de la Iglesia Reformada Holandesa de América. 

(5) La Confesión y Catecismos de la Asamblea de Westminster

La Confesión y los Catecismos son el tipo doctrinal de las Iglesias Presbiterianas de origen inglés o escocés. es también de todos los Credos el que ha recibido la mayor aprobación de los cuerpos Congregacionalistas de Inglaterra y América. La Convención Congregacional reunida por Cromwell en Saboya, Londres, 1658, declaró que aprobaba la parte doctrinal de la Confesión y Catecismos de la Asamblea de Westminster, arreglando su propia Confesión, es decir la de Saboya, casi en los mismos términos. «En verdad, la diferencia de estas dos Confesiones es tan pequeña, que los Independientes modernos la han puesto a un lado (a la confesión de Saboya) y se han unido a los Presbiterianos en el uso de los Catecismos de la Asamblea para la instrucción de la familia.»* (*Neal, Puritanos, II. 178.) 

Todas las Asambleas verificadas en Nueva Inglaterra con el fin de asentar las bases doctrinales de sus iglesias, recomiendan o adoptan explícitamente esta Confesión y Catecismos como exposiciones exactas de su fe. Esto lo hizo el Sínodo de Cambridge, Massachusetts, en junio de 1647, y otra vez cuando preparó el «Plan de Cambridge»* en agosto de 1648. También lo hizo el Sínodo en Boston en mayo de 1680. Por último, también lo hizo el Sínodo de Saybrook, Connecticut, cuando hizo el «Plan de Saybrook en 1708.»* (*History of Christain Doctrine, por Shedd.)