sábado, 20 de diciembre de 2014

LA MAJESTAD DE DIOS



"Respondió Bildad suhita, y dijo, El señorío y el temor están con él; él hace paz en sus alturas. ¿Tiene sus ejércitos número? ¿Sobre quién no está su luz? ¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer? He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos. ¿Cuánto menos el hombre que es un gusano y el hijo del hombre, también gusano?" (Job 25:1-6).

Juan Calvino
Puesto que somos tan dados a valorarnos a nosotros mismos, y que esta necedad se debe a que no pensamos en Dios y en la naturaleza de su majestad, tenemos aquí una advertencia buena y muy útil, de que toda vez que seamos tentados a atribuirnos alguna gloria a nosotros mismos, debiéramos volver nuestra atención a Dios y comprender su naturaleza, la naturaleza de su virtud y poder, la naturaleza de su justicia, la naturaleza de toda su gloria. Seguramente entonces se silenciaría nuestro cacareo; porque en vez de estar inflados de orgullo e intoxicados con la presunción, la sola consideración de Dios sería suficiente para derrumbarnos de tal manera de ser turbados en nuestro interior. Esto es entonces, por qué el Espíritu Santo nos da ahora, por medio de Bildad esta amonestación. La amonestación es que seguramente tiene que haber señorío soberano en Dios, y nosotros tenemos que sobrecogernos al pensar en él, viendo el orden que él ha puesto en el cielo y a través del mundo; y sepamos que, así como nada de lo nuestro puede tener valor para él, las estrellas que brillan para él son oscuras. Siendo esto así, ¿qué les queda a los hombres? Ahora (como toda sopa) ellos no son sino gusano y putrefacción. ¿Y si quieren gloriarse más que las estrellas, de qué valdrá? ¿No es su necedad demasiado grande? Vemos entonces a qué fin tienden las proposiciones contenidas aquí, esto es, puesto que los hombres, mirando aquí abajo, no pueden humillarse, Dios les presenta su majestad, para que sepan que ya no es asunto de valer algo; porque todo aquel que a sí mismo se exalta delante de Dios tiene que ser totalmente humillado.
Aquí Bildad, a efectos de hacernos sentir cómo debiéramos temer y respetar a Dios dice, "El hace paz en sus alturas," es decir, dispone de tal manera el orden del cielo que allí se ve un gobierno apacible y bien llevado. Esto podría referirse i los ángeles; en nuestra oración decimos "Sea hecha tu voluntad en la tierra como en los cielos," lo cual indica que Dios es escasamente obedecido aquí abajo; ello se debe a la rebelión que hay en los hombres, como también estamos leños y cebados con muchas codicias que no pueden ser reconciliadas con su justicia. De manera entonces, pedimos que así como los ángeles se conforman en todo y por todo, él también quiera reformarnos a nosotros, y corregir los malos deseos que hay en nuestra naturaleza; quiera obrar de tal manera que su reino y dominio sea apacible aquí abajo. Entonces uno podría referir este pasaje a lo que allí se dice de los ángeles; pero sin dudas Bildad tenía otra intención, es decir, en cuanto a todo el plan que debemos percibir en el orden del cielo. Entonces, aunque el sol sea como un cuerpo infinito desde nuestro punto de vista, y aunque su movimiento sea rápido, y aparentemente debiera confundirlo todo, sin embargo, nadie sabría cómo ajustar un reloj a ese ritmo; es imposible. Lo mismo vemos en la luna, y en todas las estrellas; porque aunque el número de ellas es infinito, sin embargo, no hay confusión, sino que cada una de ellas está perfectamente ordenada como posible.
Entonces, no es sin causa que aquí Bildad diga, "Dios hace paz en sus alturas." Entonces vemos su reino no solamente en sus criaturas celestiales, sino que desde las alturas regula el orden del mundo, que a pesar de la confusión reinante aquí en las cosas, las que están revueltas, y con muchos cambios y problemas; no obstante, Dios no deja de llevar todas las cosas a un fin tal como él lo ha ordenado y deliberado en sí mismo. Es cierto, si volvemos nuestra mirada hacia abajo, no podemos ver este señorío tan apacible como el que aquí se nos declara. Pero si contemplamos la providencia de Dios, es cierto que en medio de los problemas y todas las revoluciones del mundo conoceremos que Dios gobierna todas las cosas según su beneplácito. Ahora vemos la implicancia de las palabras, "Dios hace paz en sus alturas," es decir, mantiene bajo control a todas sus criaturas, de manera que aunque se vean algunos cambios no obstante no deja de gobernar por su consejo. Puesto que esto es así, concluyamos que es totalmente correcto que en él haya poder y señorío, y que ello nos asombre; es decir, que debemos rendirle homenaje como a aquel que gobierna, y debiéramos tener temor y respeto y debiéramos reconocerlo con toda reverencia como Maestro y Señor del cielo y de la tierra. Ahora, al principio parecería que esta proposición era superflua; pero cuando hayamos evaluado bien lo que acabamos de discutir, seguramente veremos que no es sin causa que aquí Bildad destaque el gobierno y dominio que Dios tiene en todo el mundo. Porque esta palabra saldrá rápidamente de la boca, y demasiado rápido hablamos de Dios; sin embargo, no concebimos su majestad; lo reducimos casi a la estatura de un ídolo. Ciertamente, es algo que no confesaríamos, incluso nos horrorizaríamos de hacer semejante confesión; sin embargo, no le reconocemos a Dios el poder que le corresponde, y que debiéramos sentir que hay en él. Porque charlamos acerca de su majestad, y su nombre saldrá de nuestros labios como burlándonos, la mayoría de las veces hablamos con escarnio de él; se ve que los hombres no podrían ser más profanos, y sin embargo, ante la mención del nombre de Dios debiera doblarse toda rodilla y temblar toda criatura; nosotros, en cambio, tenemos la audacia de no rendirle ninguna reverencia ni humildad. En resumen, los hombres no reconocen la majestad de Dios y no comprenden su virtud como para humillarse delante de él y estarle sujetos como debieran. Es necesario entonces, que cuando alguien nos hable de Dios, que sea una persona capacitada, es decir, que experimentemos a Dios como Dios es. Y es por eso que las Santas Escrituras tantas veces le atribuyen títulos, no estando satisfechas con simplemente nombrarlo; le asignan títulos como: "Todopoderoso," "Omnisciente," "Totalmente Justo," "El único inmortal," diciendo luego que él ha creado todas las cosas, y que él las gobierna. ¿Con qué propósito se dice esto si no es para despertar a los hombres que son demasiado estúpidos y que no honran a Dios de acuerdo a la dignidad que tiene? En resumen, todas las veces que las escrituras honran a Dios es para reprochar nuestra ingratitud y estupidez evidenciada en que no le rendimos lo que le debemos, y que según nuestras posibilidades le robamos poder y gloria; por lo menos debemos considerarlo como lo que es, adorarlo y humillarnos a nosotros mismos delante de él, y exaltarlo y magnificarlo como él lo merece.
Aprendamos además que cuando aquí se dice, "Dios hace paz en sus alturas," y que él gobierna al mundo visible que todos tienen que ponerse del lado suyo, aunque tal vez haya alguna contumacia y rebelión, reconociendo que él no fracasa en ejecutar su consejo; cuando oímos esto debiéramos dejar de dormir y de jugar con Dios como hemos estado acostumbrados a hacerlo; debiéramos en cambio, temblar ante su majestad; y sobre todas las cosas, volvamos a la conclusión que se hace aquí, es decir que hay dominio soberano y temor hacia él; entonces no solamente debiéramos estar sujetos a él sino temblar con todo temor, para que Dios sea temido de tal manera que no tengamos la necia valentía o, más bien, la locura de oponernos a él, y de disputar contra lo que hace, o de murmurar como si hubiese alguna falla en sus obras. Por este motivo es que aquí todos se callan para que, siendo despojados de su maldita presunción, puedan aprender a temblar en la presencia de Dios y reconocer que es a él a quien deben todo homenaje.
Es por eso que Bildad agrega; "¿Tienen sus ejércitos número? Sobre quién no está su luz?" Cuando dice que sus ejércitos no tienen número es para indicar que los hombres ciertamente tienen que ser más que fanáticos cuando pretenden oponerse así a Dios queriendo hacerle guerra. Es cierto que no lo confesarán; sin embargo, es imposible murmurar contra Dios, y oponerse a sus juicios sin enojarse por lo que hace, y sin hacerle la guerra. Y ¿por qué? Porque, ¿en qué consiste el dominio y señorío que tiene sobre nosotros? Es cuando no solamente reconocemos su poder, sino su bondad e infinita sabiduría, su justicia, su misericordia, sus juicios; cuando hayamos hecho esto lo estaremos glorificando. Entonces, cuando los hombres no hallan razón en lo que Dios hace, cuando lo acusan de crueldad, o con impaciencia se enojan contra él, o se escandalizan por lo que hace; no hay duda que tratan de robarle su divina gloria; y esto no puede hacerse sin luchar contra él. Entonces, si no glorificamos a Dios en su justicia, en su bondad, en su poder, en su infinita sabiduría, es como si tuviéramos una actitud de desafío hacia él, de levantamiento contra él. Ahora bien, ¿de quién proviene el hombre mortal? Aquí dice, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Ahí están todos los ángeles del paraíso, armados para mantener el honor de aquel que los ha formado y creado; todas las criaturas están dispuestas a vengar su majestad tan asaltada por nosotros, que no somos sino gusano y corrupción. Notemos bien con qué propósito se habla aquí de los ejércitos y regimientos de Dios; es para que nosotros sepamos que, comoquiera y dondequiera que presumen murmurar contra Dios y blasfemar contra su justicia, tendrán como enemigos mortales a tantos ángeles como ángeles hay en el cielo. Ahora bien, sabemos que el número de ellos es infinito. Ellos también deben saber que todas las criaturas están armadas para ir contra ellos; porque ¿con qué fin es que Dios ha creado todas las cosas, si no es para que su gloria pueda brillar en ellos? Ahora bien, si los hombres se sujetan a Dios por propio placer, y rinden a Dios el honor que él se merece; lo dicho aquí de sus ejércitos y regimientos no será para atemorizar, sino más bien para que se regocijen. En efecto, cuando las escrituras nos narran que Dios tiene muchos millones de ángeles alrededor suyo, listos para hacer lo que él les mande, ¿a qué propósito lleva esto, sino para que reconozcamos que cuando Dios nos haya recibido en su gracia, aunque fuésemos sitiados de todas partes, él es suficientemente poderoso para mantenernos bien protegidos aquí abajo? Entonces, cuando los hombres exhiban todo su poder, pensarán en esto y aquello para arruinarnos; y cuando el mismo diablo se levante contra nosotros, no tenemos que temer. ¿Por qué no? Porque Dios tiene sus ejércitos celestiales para protegernos; como está dicho, "Ángeles acampan alrededor de los que temen a Dios," en Salmo 34:7 y luego, él ha ordenado a sus ángeles guiarnos de tal modo que el fiel no tropiece. Vemos entonces cómo la infinita multitud de ángeles tiene el propósito de confortarnos o de asegurarnos que Dios proveerá para nosotros en tiempo de necesidad y que él tiene con qué hacerlo. Pero aunque los creyentes descansen en Dios y con toda humildad de los ángeles, también es cierto que aquellos que se rebelan, todos los orgullosos, todos los rebeldes debieran ser atemorizados por él, debieran reconocer que oponiéndose así a Dios, también se las tendrán que ver con muchos enemigos, que todo el poder de los ángeles se volverá contra ellos para aplastarlos, que igualmente todas las criaturas estarán para defender la gloria de aquel por cuya virtud existen.
De modo que recordemos bien la palabra dicha aquí, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Sobre esa base debiéramos reconocer que es en vano que los hombres conspiren contra nosotros; porque cuando hayan juntado a todos sus ejércitos, aun así no serán más fuertes; Dios siempre tendrá victoria sobre ellos. Entonces, ya no seamos engañados, viendo que estamos bien acompañados, que habrá mucho pueblo que se parece a nosotros. ¿Y por qué no? En un momento todos podemos ser confundidos por la mano de Dios, y por su poder. Y entonces, aunque él solo sea suficiente para nuestra salvación o nuestra perdición, todavía le quedan sus ejércitos que están preparados y equipados con un armamento incomprensible para nosotros, a los cuales preparará contra nosotros cuando bien le parezca. Temamos entonces, y aprendamos (como he dicho) a no inflarnos al ver que el mundo está de nuestra parte y que habrá gran poder para protegernos; todo ello no nos servirá de nada contra el poder de Dios que nos es declarado aquí. Ahora, con esto se puede ver cuan ciego puede ser la incredulidad de los hombres; porque debemos escoger, o bien que los ángeles del paraíso nos tengan bajo su cuidado, y que ellos velen por nosotros, y que sean ministros de salvación; o bien, que sean nuestros adversarios, y adversarios de muerte. He aquí Dios usando semejante bondad y gracia hacia nosotros que ordena que sus ángeles nos sirvan (como lo dice Salmo 91:11); quiere que seamos advertidos por ellos, y además dice que constituyen sus poderes, como si extendieran su mano sobre nosotros a efectos de poder protegernos. /.Cuál es la consecuencia entonces, del hecho de ser guiados por los ángeles, y de ser protegidos de todo mal? No podemos escoger semejante bien; aquí se nos lo ofrece, sólo nos resta aceptarlo. ¿Pero nosotros, qué hacemos? Por mucho que debamos recibirlo como un don de Dios, nos acercamos a él desafiando la majestad de Dios provocando a sus ángeles y hostigándolos para nuestra perdición y confusión. ¿No será entonces que estamos totalmente privados de razón, y que el diablo realmente nos ha embrujado, puesto que preferimos tener a los ángeles como enemigos en vez de tenerlos como ministros de nuestra salvación; puesto que ellos están listos para ayudarnos y guiarnos, siempre y cuando seamos miembros de nuestro Señor Jesucristo y que lo honremos como a nuestra cabeza? Entonces, aprendamos que cada vez que se nos hable de Dios, a no pensar que él es como algo muerto, sino de pensar en su gloria tal como aquí nos es declarada. Y puesto que somos demasiado estúpidos, recordemos que Dios tiene a sus ejércitos, y que tiene un número infinito de ángeles que están dispuestos a ejecutar sus mandamientos, y que todas sus criaturas le obedecen, lo que también es totalmente razonable.
Consecuentemente, cuando se dice, "La luz de Dios está sobre todos," ello se interpreta como que Dios derrama sus dones sobre sus criaturas para que alguna chispa de bondad y sabiduría sea percibida para que alguna chispa de bondad y sabiduría sea percibida en todas partes; si bien ella ha sido designada especialmente para los hombres, porque también es allí donde la luz de Dios es percibida, como dice en el primer capítulo de San Juan, ya que desde el principio Dios no solamente dio vida a las criaturas, sino que les dio vida para mantenerlas en ella; ciertamente, por el poder de su palabra; pero en cuanto a los hombres, les dio luz a su vida. Entonces todas las criaturas existen porque siempre reciben vida de nuestro Señor Jesucristo, la palabra eterna de Dios; pero tenemos una vida más noble y más exquisita que la de las bestias o de los árboles o de los frutos de la tierra. ¿Por qué es así? Nosotros tenemos inteligencia y razón. De manera entonces, que la luz de Dios brilla sobre los hombres; y si estamos sujetos así y obligados hacia Dios, ¿acaso no somos tanto más culpables, si hacemos que esta luz se desvanezca? Es muy cierto, porque debemos recordar lo que dice el apóstol San Pablo en Hechos 17:27 que cuando vengamos palpando a ciegas, buscándolo a él, no obstante, la gloria de Dios será experimentada. ¿Cómo es eso? El habita en nosotros, no necesitamos buscarlo lejos, es en él que vivimos y nos movemos y tenemos el poder para ser. Así es entonces, cómo es expuesto este pasaje: es que Dios, habiéndonos hecho partícipes de su luz nos ha comprometido tanto consigo mismo que nosotros seríamos más que ingratos si tratamos de aniquilar su gloria, y si no le rendimos lo que es suyo. ¿Y por qué? El hombre no puede moverse si no experimenta que Dios habita en él; es de él que tenemos la vida, y es también él a quien tenemos que agradecer que nos haya hecho criaturas razonables más bien que bestias brutas. ¿Porque a qué se debe que somos más valiosos que bueyes y asnos, excepto porque a Dios le agradó preferirnos? De manera entonces que esta luz por la cual Dios nos ilumina es para nosotros semejante ocasión para exaltar su gloria y sujetarnos bajo su mano.
Este es un significado que está implícito en el pasaje que además contiene una buena doctrina. Pero cuando cada cosa es adecuadamente considerada, Bildad no quiere indicar meramente que Dios ha derramado su luz sobre nosotros para darnos inteligencia y razón; muestra, en cambio, que no podemos huir de su presencia, que tenemos que andar delante de él, y que él ve todas las cosas, y que él realmente tiene sus ojos sobre nosotros. Así es entonces, como la luz de Dios es derramada sobre los hombres; y es en la misma medida que no podemos ocultarnos de su presencia. Y es siguiendo la proposición que nos ha expuesto. Porque, como Bildad dijo, Dios tiene a sus ángeles; están equipados para su servicio, son semejantes a grandes ejércitos. Ahora también agrega que para nosotros será en vano, que no seremos capaces de huir de la presencia de Dios. Es cierto que saltamos como sapos, y que imaginamos ser como caballos desbocados; pero al final tenemos que someternos a Dios. ¿Y por qué? porque su luz brilla de tal manera sobre nosotros que no podemos huir de él, como podríamos hacerlo si estuviéramos tratando con un hombre mortal. Aprendamos entonces que esa debe ser nuestra conclusión cuando somos tentados a semejante atrevimiento como es el de pensar que podemos escapar de la mano de Dios. ¿En verdad? ¿Y adonde iremos? Porque sabemos que su poder es derramado en todas partes, y que su mirada escudriñadora es infinita. Cuando hayamos entrado a las profundidades de la tierra, aun allí no dejará de vernos y de tomar nota de lo que hacemos. Nosotros, entonces, seríamos más que necios si nos levantamos contra Dios, sabiendo que será en vano trastornar y mezclar las cosas, y planificar muchos proyectos y conspiraciones. Porque todo ello de nada aprovechará puesto que somos observados siempre por él y por su ojo avizor. Ahora bien, esta es una doctrina suficientemente común en las Santas Escrituras; pero apenas la recordamos, puesto que es escasamente practicada, al menos por nosotros. Y siendo esto así, si nos viniera a la memoria, que Dios nos ve, y que todo cuanto hacemos y decimos es anotado por él, les pregunto, ¿no debiéramos andar con más temor y cuidado del que tenemos comúnmente? Pero, ¿qué es lo que hacemos? Solamente tenemos miedo de los hombres; con tal que aquí abajo no tengamos testigos contra nosotros, estamos satisfechos. Y este es el motivo por el cual los hombres sueltan las riendas de sus malvadas codicias; es decir, porque el Espíritu de Dios no tiene dominio en sus vidas, y les parece muy bien haber concebido cosas execrables y haberlas hecho, puesto que nadie los amonesta. Entonces, hay muy poco de la ley de Dios delante de sus ojos. Porque si tuvieran esta luz en mente, es cierto que la misma reprimiría la totalidad de sus malos deseos, los purgaría de todas sus fantasías con las cuales están inflados. En efecto, si estamos avergonzados delante de los hombres, ¡cuánto más deberíamos ser movidos por aquel que es el Juez de todos! Porque si los hombres nos juzgan, no lo hacen en su propia autoridad, ni en su propio nombre; es solamente para aprobar el juicio de Dios, puesto que solamente tiene él esa competencia. Ahora aquí está Dios que nos ve; sin embargo, no le rendimos ninguna reverencia; no nos preocupa provocar su ira contra nosotros. ¿Cómo es posible? De modo entonces, cuando hayamos aprendido bien esta lección, de que Dios ha derramado su luz sobre nosotros, ciertamente será un buen motivo para hacernos andar en toda pureza de conciencia, no solamente corrigiendo las faltas que cometemos exteriormente hacia los hombres, sino todo el mal que está oculto en nuestro interior, y toda hipocresía. Esto es entonces, lo que tenemos que recordar de esta palabra.
Ahora Bildad, habiendo hablado de esta manera, agrega, "¿Qué justicia, entonces, se atribuirá al hombre comparado con Dios? " Palabra por palabra esto es, "con Dios. ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?" Esto es como un auténtico comparendo dirigido hacia nosotros, para mostrarnos que somos muy necios estimándonos a nosotros mismos, y haciendo creer que tenemos alguna justicia o poder en nosotros, algo que sea digno de alabanza. Un ladrón que está en medio del bosque no temerá ni la justicia ni ninguna otra cosa. Es cierto que siempre llevará un temor; como ya se ha visto antes, Dios ha grabado sobre el corazón de los hombres tal sentimiento hacia sus pecados que ellos tienen que juzgarse y condenarse a sí mismos. A pesar de ello los malhechores están tan contentos que no les importa ahorcar a cuanto caminante encuentren si lo pueden atrapar. Sin embargo, cuando ven que su tiempo se acaba, cuando ven que su pago está listo ya no tienen ese valor, ya no tienen esa furia con la cual fueron embrutecidos. Así es con nosotros; porque mientras no sabemos que tenemos que rendir cuentas a Dios, y mientras no comprendemos su infinito poder, y el señorío que tiene en sí mismo, existe tal presunción en nosotros que no nos cuesta nada magnificarnos por encima de las nubes; y si se menciona justicia en cuanto a nosotros, no tardamos en hallarla, nuestros vicios nos son virtudes. Así es como los hombres, antes de haber sido convocados delante de él, y traídos por la fuerza, están tan ebrios de su coraje que no pueden reconocerse tal como son. Porque si se reconocieran, ya no habría ocasión de apreciarse a sí mismos. Es por eso que ahora Bildad dice de manera especial, "¿Cómo se justificará el hombre mortal delante de Dios?" Esta palabra tiene mucho peso, es como si dijera, "Muy bien, mientras los hombres están entre ellos, serán plenamente capaces de juzgar sus virtudes, cada uno de ellos dirá, 'Yo, yo soy un buen hombre' y aun se estimará mucho más que otros cuando se trate de ponderase en la balanza. 'Y este fulano tiene tal defecto, tiene tal y cual vicio.'" Sabemos perfectamente bien cómo despreciar a otros echándolos por tierra que es una maravilla; y sin embargo, no queremos confesar nuestras propias debilidades, nos cubrimos todo lo que podemos. Y si existe una pequeña gota de virtud (al menos así parece; porque todo ello no es sino humo, como pronto veremos), ¡oh! queremos que Dios nos tenga en tanta estima y que nos precie tanto, que debiera robarse a sí mismo para recompensarnos. Esta es, entonces, la arrogancia de los hombres, en efecto, mientras ellos se consideran entre sí. Pero cuando hemos venido ante Dios y reconocemos lo que somos, y cuando inquirimos en nuestro interior para examinar nuestra vida, siendo aterrados por su majestad, que no nos permite enredarnos en nuestra hipocresía y mentiras, entonces olvidamos todas estas necias jactancias por las cuales estuvimos engañados por un tiempo. Y aprendamos así, siguiendo lo que aquí se nos declara, que cuando seamos tentados con orgullo, y cuando supongamos tener alguna virtud con la cual estimarnos grandemente a nosotros mismos, aprendamos, digo, a presentarnos delante de Dios, y no esperemos que él nos arrastre a su presencia, sino que cada uno cumpla este oficio consigo mismo; porque aquí está nuestro Señor quien nos muestra el procedimiento que debemos seguir. El hombre entonces, siempre imaginará tener, no sé qué, con lo cual magnificarse a sí mismo; pero para corregir esta necedad y arrogancia dejemos que solamente se pregunte, "¿Quién eres?" Ahora bien, para saber quiénes somos, vengamos a Dios. Porque el hombre nunca se reconocerá mientras esté encerrado en sí mismo, o mientras se compara a sí mismo con sus semejantes; pero es cuando hayamos elevado nuestros ojos y reconozcamos que debemos venir ante el trono de aquel que conoce a cada uno, que no es como los hombres mortales que están contentos con trozos de deshecho, y ante quien no podemos presentar nuestras cáscaras externas, que son todas esas cosas que no sirven para nada, que aquí se precian tanto. Entonces, cuando hayamos conocido que todo ello se desvanece delante de Dios, entonces aprenderemos a tomar nuestro lugar, y a no ser elevados con semejante orgullo.
Y es por eso que se dice, "hombre" ciertamente, "aquel que es nacido de mujer, ¿cómo se justificará con respecto de Dios?" Sin embargo, puesto que no existe nada más difícil, que hacer razonar a los hombres, y lograr que sean totalmente despojados de su vana confianza, por la cual son engañados, Bildad agrega aquí, "He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos; ¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano, y el hijo del hombre, también gusano." Es cierto que esta palabra puede ser expuesta de diversas maneras, es decir, como que Dios no va a brillar tan lejos como la luna; o bien que no extenderá su tabernáculo, es decir, que no se digna a acercarlo; y que las estrellas no son puras, es decir, todas las criaturas en las cuales no obstante vemos gran nobleza, realmente tendrían que ser removidas por Dios; que existe una distancia demasiado grande. Y esto se dice especialmente porque las criaturas en las alturas son más excelentes que aquellas aquí abajo. Pero aunque fuera así, allí está Dios que está tan distante de ambos, tanto de la luna como de las estrellas, que existe una distancia infinita. ¿De qué manera entonces hemos de acercarnos a él? Ahora este significado es suficientemente útil; en efecto, ya sea que se lo interprete como "brillar" o como "extender su tabernáculo," es todo lo mismo. En resumen, Bildad quiere indicar que si el Señor quisiera llamar ante su presencia sus criaturas, no hallaría más luz en la luna, y las estrellas quedarían oscuras; y, sin embargo, ellas son las que iluminan el mundo; de modo que todas las cosas tendrán que ser aniquiladas cuando se presente la majestad de Dios. Ahora los hombres se agradan y se glorifican ellos mismos. ¿Adonde están alas con las que podamos ascender tan alto para tomar la luna entre nuestros dientes (como ellos dicen) o para escalar las estrellas? Sin embargo, cuando suponemos que no tenemos absolutamente nada en nosotros mismos y que Dios se presenta, todo tiene que ser tragado, y transformado a nada, por su gloria incomprensible. Ahora vemos dónde están los hombres cuando quieren glorificarse ellos mismos. Ciertamente digo, Satanás tiene que haberlos embrujado totalmente; porque es como si volaran por encima de las estrellas. ¿Y están suficientemente equipados para ello? Cuando los hombres quieren escalar solamente cuatro escalones, es para quebrarse la nuca, luego para despedazarse sus nervios. Ahora bien, siempre que suponemos que tenemos algo para glorificarnos a nosotros mismos, damos semejante salto que es como para quebrar la nuca de los hombres y de los ángeles por así decirlo. Entonces, ¿no es que somos (como ya lo he dicho) más que locos? Esta es la intención de Bildad.
Además, hay algunos que exponen esto como que son las eclipses de la luna, pero tal interpretación de ninguna manera puede ser garantizada; porque el sentido es más simple, es decir: las criaturas más nobles, y que incluso parecen tener algo de divinidad no son nada cuando se las compara con Dios; todo esto tiene que ser reducido a nada y que solamente permanezca Dios en su perfección; y nosotros tenemos que reconocer que no hay ni justicia ni poder, ni sabiduría, sino solamente en él; todo el resto no es más que mera vanidad. Es cierto, sin embargo, que la experiencia muestra que el sol no es oscuro, ni las estrellas. Sí, verdaderamente, con respecto de nosotros. Entonces tenemos que notar que la luz que tienen deben tomarla prestada de otra parte.1 Son como pequeñas chispas que Dios muestra de su gloria. Entonces, ni el sol, ni la luna, ni las estrellas pueden glorificarse por derecho propio. Incluso si Dios se les opusiera esta luz tendría que ser oscurecida con todo el resto. Porque si ante el sol el aspecto de las estrellas nos parece oscuro, les pregunto ¿qué será respecto de la infinita luz de Dios? Ahora vemos la intención de Bildad. En efecto, en cuanto a la luna dice que no habrá luz; las estrellas no tendrán pureza delante de Dios. Es como si dijera: "Ciertamente vemos la luz derramada en todo el mundo; tenemos nuestros ojos que la reciben y se regocijan e ella; sin embargo, todo ello no es nada delante de Dios, incluso en cuanto al cuerpo de la luna y de las estrellas del cielo, todo ello" dice Bildad, "será oscurecido y se desvanecerá al ser comparado con la gloria de Dios."
Y ahora venimos a los hombres, ¿Qué son? ¿Qué pueden hacer? ¿Qué poder tienen? ¿De qué se pueden jactar? No son sino gusano y pudrición; y, sin embargo, se quieren justificar en ello? Solamente nos resta practicar esta doctrina y aplicarla a nuestro uso. Aquí se nos muestra que al venir delante de Dios, no hay nada digno de alabanza que podamos traer. Entonces aquí se declara a los hombres despojados de todo bien, sin una sola gota de justicia por la cual podrían mejorar ellos mismos; no les queda sino aceptar su condenación sabiendo que solamente encierran todo tipo de pobreza y miseria. Ahora bien, si esta doctrina fuese bien conocida por los hombres no tendríamos tantos combates y disputas con los papistas como los que tenemos. Porque quienes están del lado de ellos se precian de su libre voluntad; como si los hombres tuvieran algún poder para disponer de sí mismos delante de Dios. Es cierto, sin lugar a dudas, confesarán que somos débiles, y que no podemos hacer nada sin la ayuda de Dios, y sin ser preparados por la gracia de su Espíritu Santo. ¿Pero qué? Mientras tanto atribuyen algunas capacidades a los hombres; y entonces se consideran cooperadores con Dios para ayudarle en su gracia, para trabajar en común; en resumen, son sus compañeros. Y entonces, ¿cuál es el fundamento que ellos ponen? Ellos mismos tienen que atribuirse esto y aquello de manera que ya no será asunto sino de magnificar a los hombres en sus poderes y méritos. Porque si bien siempre confiesan que necesitamos de la piedad de Dios y que él tiene que ser misericordioso con nosotros, ¡oh! sin embargo, levantan viento en su interior de manera de inflarse; es decir que se embriagan con estas doctrinas diabólicas haciendo creer que tienen más mérito, y que Dios los acepta conforme porque pueden ser dignos de su gracia, y que él siempre tiene en cuenta sus virtudes. Así es entonces, en el papado. "Y entonces" dirán, "si fallamos, ¡oh! tenemos nuestras obras que sobreabundan; podemos satisfacer a Dios respecto de nuestros pecados; y aunque le hayamos ofendido, y aunque sabemos que perdonará nuestras faltas, no obstante, podemos presentarle algunas satisfacciones; y esta es la forma de reconciliarnos con él." Ahora, si esto que se nos muestra aquí por Bildad, y lo que hemos visto previamente hubiera sido mejor conocido, todas estas disputas se vencerían. Para los papistas, les es fácil juzgar, así rápidamente, la justicia de los hombres, sus méritos, sus satisfacciones y su libre voluntad. ¿Y por qué? Porque no tienen en cuenta a Dios, porque están dormidos en su vana creencia, la cual han concebido ellos mismos para justificar a los hombres con su propio poder. Sin embargo, debiéramos notar bien este pasaje. Notemos entonces, para concluir, cuando podamos convocar nuestras conciencias delante de Dios, será para humillarnos, y de tal manera que ya no será cuestión de presumir nada con respecto de nosotros mismos; en cambio, reconoceremos que somos solamente gusano y pudrición, que en nosotros solamente hay infección y toda clase de hediondez. ¿Qué queda, entonces? Aprendamos adonde depositar toda nuestra confianza cada vez que se nos hable de los medios de nuestra salvación, es decir, que siendo recibidos por nuestro Dios mediante su pura bondad, él nos purga y limpia con su Santo Espíritu de todas nuestras manchas, y nos lava en la sangre de nuestro Señor Jesucristo, la cual ha derramado para purgarnos, dejándonos tan puros y limpios que podemos existir ante su rostro.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

QUINTO SERMON SOBRE PENTECOSTES




"Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella" (Hechos 2:22-24).

Reformador Juan Calvino
Después que San Pedro, en su sermón hubo declarado que la promesa contenida en la profecía de Joel había sido cumplida cuando el Espíritu Santo le fue dado a él y a sus compañeros, a modo de testimonio y como una garantía de que Dios quería comunicar su Espíritu Santo a su iglesia y a cada creyente y que, sin embargo, tendrían que sobrevenir grandes obstáculos, y que la fe de los cristianos tenía que ser probada; después de todas estas cosas, digo, llama la atención de los judíos sobre Jesucristo. Pues, ya que el Espíritu Santo fue dado, ellos tenían que reconocer la venida de Jesucristo; porque está escrito que esta promesa de Joel únicamente se cumplirla en el tiempo final. De manera entonces, cuando vemos derramado así el Espíritu Santo, ello es una señal segura de que Dios ha enviado a Jesucristo a efectos de cumplir con la salvación de los hombres. Ahora bien, es una forma hermosa de enseñar y en un orden muy adecuado que debemos notar de manera especial, es decir que todos los dones que Dios nos da a través de su Espíritu Santo son otros tantos medios de guiamos y conducimos a Jesucristo, a efectos de que de él aprendamos toda sabiduría; porque él es la fuente de la cual hemos de tomar todo. En efecto, en primer lugar, puesto que él era desde toda la eternidad la palabra de Dios, él es la vida y la luz de los hombres, y puesto que él ha recibido todos los dones del Espíritu Santo en perfección, puesto que él fue hecho hombre, es de su plenitud que nosotros recibiremos gracia sobre gracia. Entonces, es por medio de él que recibiremos gracia delante de Dios, porque si queremos dirigimos por nosotros mismos a su majestad sin hacer uso de este medio, no estaremos en condiciones de tener acceso a él. Entonces, tenemos que ver directamente a Jesucristo, sabiendo que ha recibido en tal perfección los dones del Espíritu Santo, para que por medio de él todos podamos ser partícipes de ellos. Así que San Pedro usa aquí una buena razón para amonestar a los judíos afirmando que el Redentor ha venido, es decir, puesto que el Espíritu Santo es derramado, estamos en el tiempo final. 
Luego agrega: "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús' Nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entre gado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole. Es él por medio de quien Dios se ha dado enteramente a ustedes, y sin embargo, ustedes lo han llevado a la muerte. No obstante, ustedes deben saber que es él quien fue prometido a ustedes en la ley. El vino para ser su salvador, y ustedes pueden reconocerlo por el hecho de que no permaneció muerto, porque Dios le dio la victoria sobre la muerte, él la ha vencido." Eso es lo que San Pedro alega en primer lugar ante los judíos, a efectos de conducirlos al conocimiento de Jesucristo. Y debemos notar que ya no está tratando aquí únicamente la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque, antes que nada, los judíos tenían que saber que Jesucristo era el Hijo de Dios. Y eso era lo que San Pedro quería probar mediante su proposición. Hay dos cosas que debiéramos saber acerca de Jesucristo. La primera es que debemos creer que él es el Mesías, es decir, el ungido del Señor, prometido en la ley, y de quien escribieron los profetas, y que es él quien sufrió la muerte para nuestra redención, pero que él no fue retenido por ella, sino que fue levantado en gloria, triunfando sobre todos sus enemigos, Esto en cuanto al primer punto. Luego, en cuanto al segundo, cuando sabemos que Jesucristo ha muerto por nosotros, también debemos saber quién es él y beneficio hemos de recibir de él. Hay dos cosas que tenemos que notar bien: Porque si ahora tuviéramos que enseñar a un judío, tendríamos que comenzar esto, para instruirlo en el cristianismo, mostrándole que Jesucristo, nacido de la virgen María, llevado a la muerte por quienes se apoderaron de él, es el que Dios les había prometido, y conforme al tiempo que él les había señalado, él tenía que venir al mundo. Luego, cómo Dios dio testimonio de él, de que él era su Hijo, que él lo aprobaba por medio de señales y milagros los que hizo en medio de ellos, y cómo, de igual manera, después de haber ascendido al cielo envió a su Espíritu Santo, conforme a lo que se había predicho de él. Eso es, digo, lo que debemos decir a un judío para llevarlo a conocer a Jesucristo. Luego tendríamos que hacerle entender que, cuando la Escritura menciona el reino del Mesías, se trata de un reino espiritual, a efectos de que no se pueda equivocar pensando que Cristo es un rey terrenal, tal como lo creen todos los judíos. Es eso lo que los llevó a negar a Jesucristo, puesto que no lo han visto gobernar sobre la gente, y considerando que eso es lo que debía hacer. Ahora bien, en cuanto a los judíos no tenemos que insistir en el primer punto, sino solamente en el segundo. Porque con nosotros confesarán que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que es él quien fue prometido en la ley, que fue llevado a la muerte, y que fue levantado de ella. Allí concordamos sin dificultad alguna. Pero es preciso enseñarles por qué vino, porque de ninguna manera reconocen en él lo que realmente es. Saben que tenemos que creer que en Jesucristo únicamente y por el mérito de su muerte y pasión, nosotros tenemos la salvación. Los papistas, en cambio, la atribuyen a sus obras y méritos, y a sus necios inventos, y creen que a través de este medio pueden ser santificados. Entonces, buscan en sus obras aquello que únicamente se puede encontrar en Jesucristo. Por eso, de ninguna manera sería necesario enseñar algo a los papistas tocante a la persona de Jesucristo, sino únicamente de mostrarles cuál es su poder, por qué vino, y qué beneficio podemos recibir de él.
Aquí San Pedro tuvo que declarar ambos artículos: porque los judíos no sabían que Jesucristo era el Mesías enviado por Dios, y mucho menos conocían el poder que habla en él, y por qué había venido. Por eso aquí les muestra que Jesucristo apareció como Hijo de Dios entre ellos señalando que fue levantado de la muerte, y que por esta resurrección podían saber quién era; porque él fue librado de la muerte y porque tuvo victoria sobre ella, nosotros debemos buscar la vida y salvación en él. Es eso lo que San Pedro quiere demostrar en primer lugar; luego quiere mostrarles qué fruto tenemos de su resurrección, lo cual será declarado luego en su lugar. Ahora bien, puesto que conocemos la intención de San Pedro, y el orden que sigue en su sermón, sigámoslo, y aprendamos a saber que, tan pronto como Dios nos ha hecho un bien, es porque somos miembros de Jesucristo, y no porque él sea movido a hacerlo por causa de nuestras obras, ni por ninguna cosa que nosotros podamos presentarle. Por lo tanto, ya no andemos en nuestras fantasías, para auto persuadirnos de esto o aquello, en cambio, vengamos directamente al conocimiento de nuestros pecados, para no complacemos en ellos; como también vemos que San Pedro conduce a los judíos a hacerlo cuando trata la muerte de Jesucristo.
En primer lugar San Pedro los acusa diciendo: "Ustedes le dieron muerte." Evidentemente esto no es para adularlos. En efecto, San Pedro tuvo que confrontarlos con esto para punzarlos en el corazón y herirlos en lo más íntimo; como veremos luego fueron tan compungidos y amargados en el corazón que por esa causa fueron convertidos. Mediante esto tuvo que llamar la atención de los hombres para humillarlos y guiarlos al conocimiento de sus faltas. Porque si uno siempre les predica cosas agradables y deleitantes, solamente logrará que tengan la lengua larga al respecto,  y querrán ser compañeros de Dios, y disfrutar de él como si fuera un hombre mortal. Vemos lo que le pasó a la mujer samaritana al hablar con Jesús; éste le ofrece agua viva, para que, tomando de ella, nunca más tuviese sed; ella se burla de Jesús como una ramera que es; pero después que él la condujo al conocimiento de su pecado, diciéndole que busque a su marido, y declarándole toda su iniquidad, ella habla con mayor humildad que al principio. Presentándole simplemente los dones de Dios, ella se burló de Jesús: "¿Y con qué recipiente para sacar agua, viendo que el pozo es tan profundo?" Pero cuando le dice: "Eres una mujer impura, cinco maridos has tenido, y al que tienes ahora no es tu marido," ella reconoce su pecado y llama a Jesucristo un santo profeta. De manera entonces, hasta que los hombres no sean aterrados por sus pecados jamás darán lugar a la palabra de Dios. Es por eso que San Pedro acusa a los judíos de haber crucificado y muerto a Jesucristo; no es que se complazca en arrojarles este reproche; lo hace a efectos de que ellos pudieran saber que su condenación estaba a la mano por causa de sus pecados; y por otra parte la absolución de los mismos por medio de Jesucristo si estaban dispuestos a reconocerlo y a dirigirse a él. Ahora bien, aquí los ministros de la palabra de Dios tienen una norma, es decir, que deben tocar a los hombres en lo más íntimo, y mostrarles sus pecados, a efectos de que puedan saber que Dios es su Juez que no dejara sin castigo la obstinación del pecado; y de esta manera serán atraídos con arrepentimiento a él, lo cual ellos no harían de ninguna manera, si no fueran amonestados y tratados rudamente. Por eso tenemos que permitir que Dios gobierne sobre nosotros, y que nos condene, a efectos de ser absueltos por él. Existen muchos que seguramente quisieran que el Evangelio pudiera ser predicado siempre y cuando los acercara a su provecho y a su deseo carnal, y que pudiera servirles para cubrir sus vilezas. Pero, no es con este objetivo que tenemos que predicar, porque nuestro Señor Jesucristo dice que cuando venga el Espíritu Santo, convencerá al mundo de pecado; Jesucristo estará sentado como Juez en su trono y juzgará al mundo. De manera entonces, no estaremos en condiciones de tratar fielmente el Evangelio, de modo que el mundo no sea conducido a esta condenación, a menos que cada uno sepa lo que es, a efectos de amonestarse a sí mismo. Por eso, que aquellos que se adulan, giman; que aquellos que están satisfechos consigo mismos, sean atemorizados; y que aquellos, persuadidos de ser justos en sí mismos, se examinen más atentamente, para que todos sean conducidos a este conocimiento de pecado por el cual seremos llevados al arrepentimiento y consecuentemente a la gracia de Dios.
Es por eso que San Pedro reprende tan rudamente a los judíos, diciendo que han crucificado y dado muerte a Jesucristo. Luego agrega: "entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento  de Dios." Como diciendo: "Aunque fue entregado por la mano de hombres malvados, y aunque ustedes le dieron muerte, no obstante ello no ocurrió sin la voluntad de Dios." Ahora bien, no es sin causa que San Pedro agregue esta palabra, "Por el consejo y anticipado conocimiento de Dios." Porque los judíos al menos podían haber respondido diciendo: "Si es así, si Jesucristo de quien nos habla es el Mesías, ¿por qué ha sufrido para ser atormentado así y llevado a la muerte?" Y este es un asunto del cual se los persuade difícilmente, puesto que todavía vemos que se mofan y dicen: "Si Jesús fue el Hijo de Dios, ¿por qué soportó este oprobio de la cruz?" Es así como hombres malvados lanzan esta blasfemia porque la cruz es un objeto que les parece menguar la majestad del Hijo de Dios. Sin embargo, San Pedro se anticipa a semejantes fantasías las que podrían impedir que los judíos creyeran su enseñanza. Entonces afirma que ninguna de estas cosas ocurrieron casualmente (como ellos podrían haber supuesto) sino por medio de la voluntad de Dios. Ahora bien, cuando consideremos plenamente el poder de Dios, escaparemos a semejantes fantasías. Sabemos que de ninguna manera estuvo desprovisto Dios de sentido y razón y que todo lo que hizo, era adecuado para la salvación de los hombres. Además está también la resurrección la que tenemos que considerar diligentemente. Porque si bien la muerte de Jesucristo podía escandalizarnos, considerándola solamente a ella, debido a su crueldad y vergüenza, en la resurrección vemos una gloria y un admirable poder de Dios, que deberían apartarnos de todos los problemas y de las fantasías que podrían escandalizarnos. Entonces no es sin causa que San Pedro declare que el sufrimiento de Jesucristo fue por la providencia de Dios. Era preciso que Jesucristo fuese el sacrificio ofrecido a Dios su Padre para borrar los pecados del mundo. Entonces, cuando vemos ese propósito en el consejo de Dios, de manera de reconocer que cuanto Dios hace lo hace para nuestro beneficio, ya no deberíamos preguntar por qué sufrió Jesucristo, porque en dicho sufrimiento vemos la infinita bondad de Dios, vemos que su amor se manifestó ante nosotros (como dice San Pablo) en que él no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros.  Por otra parte vemos la obediencia que Jesucristo tuvo para con Dios su Padre. Entonces, no seamos tan presuntuosos como para comenzar a deliberar neciamente diciendo: "¿Por qué ha hecho Dios esto o aquello?" Sabemos que cuanta cosa él ha ordenado está fundada sobre este amor paternal que él tuvo hacia nosotros. De manera entonces, contemplando esto vemos por qué sufrió Jesucristo. Y esa es la razón por la cual San Pedro dijo que Dios lo habla determinado así en su consejo inmutable.
Además, esto no fue dejado simplemente en manos de hombres malvados. En esto vemos que los malvados bien pueden ser capaces de dañar a los buenos, sin embargo, nada harán sin que Dios lo permita. Y nosotros no tenemos ningún espejo mejor de todo ello que el de la persona de Jesucristo. Porque debemos saber que todo cuanto soportó había sido predicho por los profetas. Está escrito que fue colocado en la cruz tal como había sido predicho. Allí están los bandidos de Roma que lo crucifican (es decir, los oficiales que habían sido comisionados para la ejecución); ello había sido profetizado. Le dan de beber un líquido muy repugnante y amargo, m dividen sus ropas, y todo ello tal como había sido escrito. En resumen, nada es hecho sino lo que Dios ha ordenado. De esta manera vemos que los hombres malvados no pueden hacer nada, sino en la medida en que Dios les da rienda suelta; como que también se ve que estos hombres malvados no traspasan los límites que Dios les ha dado. Ahora bien, lo dicho acerca de Jesucristo, debemos aplicarlo adecuadamente a nuestro propio uso. Porque él mismo ha testificado que los gorrioncitos no caerán sin que él lo ordene. Entonces, si la providencia de Dios es tal que se extienda hasta estas pequeñas bestialitas,  se deduce que nada ocurrirá sin que Dios lo haya ordenado. Luego agrega que los pelos  de nuestras cabezas están contados. Con lo cual indica el cuidado que tiene de nosotros, y puesto que somos miembros de Jesucristo y que estamos suficientemente cerca para tocarle, él quiere que sepamos que nos considera hijos suyos. Porque si bien este mundo tal vez sea, como que realmente lo es, la casa de Dios, y aunque él le sea el Padre de familia, no obstante, tienen a su iglesia la que le ha sido encomendada especialmente, y de la cual tiene consideración especial. Vemos entonces cómo debemos pensar de la providencia de Dios, es decir, que San Pedro de ninguna manera quiso presentar cosas fantásticas y luego buscar mil sutilezas que no sirven para edificación alguna. No quiso proceder de esa manera, en cambio demuestra que Dios ha probado tan bien nuestra salvación que nosotros no tenemos que buscar otros medios, sino a aquel que él nos dio. Luego quiere indicar que nosotros estamos de tal manera en la mano de Dios y en su refugio que nadie puede hacer contra nosotros excepto lo que él ha determinado. De lo contrario, ¿cuál sería nuestra suerte? Si fuésemos guiados por la casualidad (como dicen los fanáticos) nuestra condición sería más desgraciada que la de las bestias brutas. Pero cuando sabemos que Dios lo gobierna todo, ello nos debiera ser un gran consuelo, en el cual poder apoyarnos. Vemos entonces que es una virtud  muy necesaria que conozcamos la providencia de Dios. Por eso debemos considerar que así como Jesús nada sufrió sin el permiso divino, así también todo 10 que nos ocurre proviene de Dios. Eso es lo que debemos notar de este pasaje.
Además aun tenemos que analizar la palabra "consejo." Es cierto que algunos hablarán bien de la providencia de Dios, pero solamente tendrán una noción necia de ella; porque piensan que él reposa en lo alto de los cielos, dejando que la casualidad  o naturaleza gobierne aquí abajo. Contrariamente, aquí se nos declara que Dios ordena todas las cosas disponiendo todo según su beneplácito. Es cierto que esto no nos es familiar y que no podemos comprenderlo, pero tenemos que conformarnos con saber que él es el Gobernador de todo, y que de ninguna manera tenernos que hacer como algunos soñadores que dicen: "Y, Dios sabe lo que ocurrirá, y nosotros no sabemos cómo ponerlo es orden; entonces, ¿qué utilidad tiene para nosotros su consejo y advertencia?" Ese es, entonces, el sentido que esos fanáticos quieren dar a sus sueños, los que son tan grandes arrogancias que Dios no los dejará impunes. Porque si bien Dios no nos llama estrictamente por su consejo, para declararnos su voluntad, y lo que ha determinado hacer, no obstante debemos saber que somos gobernados por su mano, y que los malvados nada podrán hacer contra nosotros, sino en la medida en que Dios les da rienda suelta. Sin embargo, no por eso deja de tener un orden en la naturaleza; y eso no significa que, en cuanto a nosotros, no tengamos que hacer uso de su consejo. Porque Dios nos ha declarado que él quiere que vivamos por el pan que él nos da de comer, y que seamos sanados de la enfermedad en medio de la medicina. Entonces, sería una presunción demasiado grande si quisiéramos rechazar los medios que Dios nos da para remediar nuestras enfermedades. Y aquel que piensa que seguirá adelante por medio de semejantes presunciones y será para su ruina y turbación. Porque cuando decimos que la providencia de Dios ha probado todas las cosas, no por eso tenemos que rechazarlos medios que él nos da.
Un poco después de este pasaje San Pedro dirá que era imposible que la carne del cuerpo de Jesucristo cambiase por causa de putrefacción. Y ¿por qué? Únicamente porque así había sido ordenado por Dios, y no por causa de su naturaleza. Porque cuando él fue concebido en el vientre de la virgen María, él adoptó nuestra propia naturaleza y fue semejante a nosotros, exceptuando el pecado. Por eso su carne habría estado sujeta a corrupción, como la nuestra, excepto que Dios lo había previsto así. Si uno contempla lo que fueron los huesos de Jesucristo, fácilmente podían haber sido quebrados y fracturados; sin embargo, vemos que eso era imposible, porque Dios lo habla ordenado así, y ello no era, de ninguna manera conforme a su naturaleza. Esto es lo que tenemos que notar en cuanto a lo que se puede alegar con respecto a este pasaje; que deninguna manera vayamos a especular e inventar un millar de preguntas sofisticadas como las que saben presentar los papistas; sino que con toda humildad consideremos que Dios no solamente prevé las cosas, sino que dispone de ellas conforme a su voluntad. Por eso, aprendamos a encomendarnos a él cuando tengamos que soportar grandes ataques de Satanás del mundo, del cual él es llamado príncipe. Y cuando nos parezca que seremos quebrantados por los malvados refugiémonos bajo las alas de nuestro Dios, a efectos de que él nos dé con qué resistir, y para que, armados con su poder seamos capaces de rechazar todas las tentaciones que nos podrían sobrevenir. Porque cuando todos losdiablos y todos los malvados se hayan levantado contra nosotros, ciertamente él sabrá cómo frenarlos y mantenerlos atados, siempre y cuando tengamos nuestro refugio en él, poniéndonos debajo de su protección. Es así que por la fe tenemos que contemplar la providencia de Dios, y no conforme a nuestros sentidos. Ahora bien, en cuanto a lo que hemos dicho de que los malvados nada harán excepto lo que Dios ha ordenado, muchos podrán replicar diciendo: "¿Por qué? Siendo así, tenemos que decir que Dios es la causa del mal, y que los malvados debieran ser excusados." Ahora, a efectos de responder debemos conocer, en primer lugar, cuál es la voluntad de Dios, e incluso cómo él nos la declara en su ley. Sabemos que él nos prohíbe robar. Entonces, por ejemplo, si yo salgo a robar, ¿estoy haciendo su voluntad? Ciertamente, cuando los malvados están dados a hacer lo malo, no están de ninguna manera haciendo la voluntad de Dios; porque saben muy bien que Dios lo reprueba. Entonces, cuando hacen el mal están oponiendo resistencia a la voluntad de Dios. En consecuencia se deduce que Dios no quiere, de ninguna manera, que ellos hagan el mal, pero les permite hacerlo, y no por eso tienen excusa, puesto que lo hacen en oposición a su mandamiento. No debemos decir que Dios es la causa del mal, porque él no comete los pecados que cometemos nosotros. Además también vemos que él controla al diablo castigando a los que lo merecen. El diablo obra el mal y no tiene otra preocupación sino la de obrar el mal, e incluso Dios no le permite servir a ningún otro propósito. Dios permitirá que un ladrón o delincuente despoje de algo a un buen hombre, a pesar de ser un hombre fiel que vive bien. ¿Por qué? Para probar la paciencia de éste y para que la misma sea conocida. Vemos lo que dijo Job en todas sus persecuciones: "Dios lo ha dado, Dios lo ha quitado, bendito sea su nombre." Y siempre fue sometido a pillaje de parte de los delincuentes. ¿Entonces, cómo entiende eso? ¿Acaso acusa Job a Dios de cometer robo? No. No debemos entenderlo así; porque sabemos que los delincuentes son hombres malvados, y no solamente se oponen a la voluntad de Dios, con la intención de hacer el mal; pero Job mira más arriba viendo que ello no ocurre sin la providencia de Dios. De modo entonces, que Job no atribuye las malas obras a Dios, sino que conoce la condición de los hombres. Ve que los caldeos y sabeos realmente eran las plagas de Dios. Ellos lo someten a pillaje, lo despojan, matan a sus siervos, se llevan sus bestias; en resumen, lo dejan completamente pobre, y sin embargo, él siempre alaba a Dios, sabiendo bien que esto no ocurriría sin que Dios lo hubiese ordenado. Así tenemos que hacerlo nosotros; porque silos malvados nos persiguen, no tenemos que considerarlos solamente a ellos; nuestra fe tiene que volar más alto, es decir, tiene que saber que sobre ellos está la providencia de Dios. Es así cómo tenemos que juzgar el asunto, y no entrar en especulaciones frívolas al respecto.
Ahora bien, vemos que Jesucristo fue crucificado, ciertamente por hombres malos, y sin embargo, ello no fue hecho sin que Dios lo hubiese ordenado. Pero, ciertamente, Dios lo utilizó para otro propósito. Los malvados querían destruir a Jesucristo, y Dios quería que su sangre y su muerte fuesen un sacrificio perpetuo, y que se cumpliera y realizara nuestra redención. De manera entonces, cuando contemplamos eso, tenemos motivo para glorificar a Dios, y aquel que deduzca una conclusión contraria, será amonestado en su propia conciencia. Ahora bien, San Pedro afirma que Jesús fue levantado de los muertos, para demostrar que siempre tenemos que unir la resurrección de Jesucristo con su muerte. Porque silo contemplamos únicamente en su muerte, lo veremos allí totalmente lleno de vergüenza y oprobio, y desfigurado, semejante a un leproso; pero cuando venimos a la resurrección, vemos cómo fue exaltado por la mano de Dios, quien le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. De manera que entonces, tan pronto hayamos dicho "Jesucristo murió," también sepamos que fue resucitado. Está muerto conforme a la debilidad de la carne, pero al ser resucitado, fue evidente que, era el Hijo de Dios. Eso es lo que San Pedro quería indicar diciendo: "A quien Dios levantó habiendo suelto los dolores de la muerte." Ahora, al mencionar los dolores de la muerte, no se refiere a los dolores de la muerte física sufridos por Jesucristo; si no las horribles angustias que soportó porque él tuvo que ser nuestra prenda, y llevar el dolor de todos nuestros pecados. De manera entonces que no solamente sufrió en el cuerpo, sino también en el Espíritu; aunque no por eso sería conquistado. Pero no estaremos en condiciones ahora de deducir lo que se requiere para declarar el significado de los dolores de la muerte; de manera que reservaremos esto para otro momento.
Siguiendo esta santa enseñanza inclinémonos en humilde reverencia.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Una exhortación a amar a Dios (Parte 2)

Puritanismo
Bueno amigos continuamos con la segunda parte de "Una exhortación a amar a Dios", espero les sea de bendición. Saludos.

(4) Dios es el más adecuado y completo objeto de nuestro amor. Todas las excelencias que están desperdigadas en las criaturas están reunidas en Él. Él es sabiduría, hermosura, amor, sí, la esencia misma de bondad. Nada hay en Dios que cause aversión; la criatura hastía en lugar de satisfacer, pero siempre hay nuevas bellezas resplandeciendo en Dios. Cuando más gozamos de Él, tanto más nos extasiamos de deleite.
Nada hay en Dios que amortigüe nuestros afectos o apague nuestro amor, ninguna debilidad o deformidad como las que suelen debilitar y enfriar el amor. Hay una excelencia en Dios que no solo invita sino que demanda nuestro amor. Si hubiera más ángeles en le cielo de los que hay, y todos aquellos gloriosos serafines tuvieran una inmensa llama de amor ardiendo en sus pechos por toda la eternidad no podrían, sin embargo, amar a Dios de forma equivalente a esa infinita perfección y trascendencia de bondad que hay en Él. Sin duda, pues, hay suficiente para inducirnos a amar a Dios; no podemos prodigar nuestro amor a un objeto mejor.

(5) El amor facilita la religión. Lubrica las ruedas de los afectos, y los vuelve más vivos y animosos en el servicio de Dios. El amor elimina el tedio del deber, Jacob consideró siete años como poca cosa por el amor que tenía a Raquel. El amor convierte el deber en placer. ¿Por qué son los ángeles tan ligeros y alados en el servicio de Dios? Es porque le aman. El amor nunca se cansa: el que ama a Dios nunca se cansa de decirlo; el que ama a Dios nunca se cansa de servirle.

Thomas Watson
(6) Dios desea nuestro amor. Hemos perdido nuestra hermosura y manchado nuestra sangre; sin embargo, el Rey del Cielo es un pretendiente nuestro. ¿Qué hay en nuestro amor para que Dios lo busque? ¿Qué beneficio le reporta a Dios nuestro amor? Él no lo necesita, es infinitamente bienaventurado en sí mismo. Si le negamos nuestro amor, Él tiene criaturas más sublimes que le rinden el alegre tributo del amor. Dios no necesita nuestro amor; sin embargo, lo busca.

(7) Dios merece nuestro amor,¡cómo nos ha amado! Nuestros afectos debieran encenderse con el fuego del amor de Dios. Qué milagro de amor es que Dios nos ame, cuando nada amable hay en nosotros. "Cuando estabas en tus sangres te dije: ¡vive!"(Ez. 16:6). El tiempo de nuestra aversión fue el tiempo del amor de Dios. Había algo en nosotros que producía el furor, pero nada que estimulase el amor. ¡Qué amor, que excede a todo conocimiento, fue el que nos dio Cristo! ¡Que Cristo muriera por los pecadores! Dios ha hecho que todos los ángeles en el Cielo se maravillen de este amor. Agustín dice: "La cruz es un púlpito, y la lección que Cristo predicó en él es el amor". ¡Oh, el amor viviente de un salvador moribundo! ¡Creo ver a Cristo sobre la cruz sangrando por todas partes! Creo que le oigo decirnos: "Acercad vuestras manos. Metedlas en mi costado. Sentid mi corazón sangrante. Ved si es que no os amo. ¿Y no depositareis vosotros vuestro amor en mi? ¿Amareis al mundo más que a mí? ¿Apaciguó el mundo la ira de Dios hacia vosotros? ¿No he hecho yo todo esto? ¿Y no me amaréis a mí?". Es natural amar cuando somo amados. Puesto que Cristo nos ha dejado un modelo de amor, y lo ha escrito con su sangre, esforcémonos por copiar ese buen modelo e imitarle en amor.



Bueno amigos los dejo con la segunda parte, en unos días más tendremos la tercera parte de esta exhortación a amar a Dios del libro "Consolación Divina" de Thomas Watson. Dios les bendiga. Coram Deo.

CUARTO SERMON SOBRE PENTECOSTES


 Juan Calvino


"Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo: el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo" (Hechos 2:18-21).

El pasado día del Señor demostramos como a la venida de Jesucristo Dios había derramado sus grandes tesoros sobre el mundo, de manera que hombres y mujeres, tanto jóvenes como ancianos, llegaron a ser partícipes de su gracia. Ahora bien, las riquezas que fueron derramadas por medio de la bondad de Dios no eran riquezas terrenales, las cuales hubieran podido perecer y terminar, sino el Espíritu Santo de quien proceden todas las riquezas de salvación. Además hemos demostrado que aquello no fue únicamente para determinado momento, sino que Dios está dispuesto a continuar lo que ha dicho, y que aun hoy somos enriquecidos por sus dones, siempre y cuando no nos prive de ellos. Pero nosotros somos tan miserables que por nuestra ingratitud somos despojados de ellos; hoy su liberalidad no es menor que en el tiempo de los apóstoles, para hacemos partícipes de la misma gracia que él derramó sobre ellos; pero nosotros somos tan incrédulos que le cerramos el camino por el cual quiere venir a nosotros. Porque cuando nos llama a su presencia por medio de su palabra para hacernos partícipes de su Espíritu Santo, nosotros nos alejamos; y pareciera que nos hemos conspirado para oponernos y desafiarlo a él. Y en vez de que jóvenes y ancianos, hombres y mujeres todos sean llamados a ser partícipes de su gracia, y en vez de que todos se esfuercen por recibir el Espíritu Santo, a efectos de perseverar más y más en él, vemos que los ancianos están más endurecidos y son más obstinados que los demás y que los jóvenes desbordan con todo mal; y si alguien argumenta con ellos, se enfurecen, y pareciera que lo van a arruinar todo. Los hombres, en vez de ser como corresponde, llenos de virilidad y agilidad mental, para estar atentos a la palabra de Dios, son testarudos como las bestias brutas. Las mujeres, en vez de ser como corresponde, humildes y andando con toda modestia y honestidad, están llenas de lascivia, pompa, vanidad y toda cosa vana y superficial. De manera entonces, ahora vemos que silos hombres no gozan de los dones del Espíritu Santo que aquí dice enviar sobre sus siervos y siervas, no es porque él ha cambiado su propósito, sino porque nosotros no le permitimos hacernos bien, porque cuando él se acerca, nosotros nos alejamos. Entonces, no es él la causa por la cual nosotros no recibimos todos sus dones, porque el profeta dice, "Dios derramará su Espíritu Santo sobre toda carne."
De manera especial dice: "Sobre toda carne," es decir, sobre todas las personas sin excepción. Es cierto que es a los judíos a quien fue enviado Jesucristo, no solamente para librarlos de la cautividad del diablo, sino también para hacerlos participes del Espíritu Santo. Pero ahora que estamos reunidos todos en una misma iglesia, no resta sino que cada uno muestre el efecto de nuestro cristianismo y de las gracias que Dios ha obrado en nosotros; luego, no debemos dudar de haber recibido los dones del Espíritu Santo, porque dice que Dios los ha derramado, no sobre uno sólo, no sobre doce, sino sobre todos en general. No basta con jactamos de ser cristianos, si no se demuestra el efecto, y si no es sabido que no en vano nos atribuimos este título de cristiandad. No tenemos que hacer como muchos, incluso como los que están en el papado, que no dan importancia ni a Dios ni a su palabra, que se conforman con el mero título de "cristiano," y con los medios para destacarlo, y a quienes el resto no les importa en absoluto. Cuando se les pregunta si son cristianos, ¿qué respuesta dan? Les parece a ellos que es un gran error hacerles semejante pregunta "¿Cómo es esto?" dicen, "¿acaso no somos cristianos? ¿Acaso no hemos recibido el bautismo?" "Si, ciertamente, pero ¿qué fe tienen por causa de ello?" Dirán que creen lo que la santa iglesia cree, y de esa manera tienen una fe empaquetada,  de la cual los maestros les ha enseñado diciendo que si creen lo que cree la iglesia, es suficiente para ellos. Si se les pregunta cómo tiene que servir a Dios, dirán: "No es preciso que sepamos eso." Y es una auténtica venganza de parte de Dios de castigar la iniquidad de los hombres cuando se ve que pobres y ignorantes son guiados así por semejantes maestros de Satanás de modo que queden atrapados en el mismo hoyo con ellos. Vemos entonces cómo el cristianismo ha sido sumergido por el Ídolo de Roma en toda mentira y falsa doctrina. ¿Y por qué ha ocurrido así? Porque los hombres han cerrado el camino a la palabra de Dios y estuvieron dispuestos a ser sumergidos en la falsedad.
Ahora bien, no obstante, considerémonos a nosotros mismos y no condenemos ni a los papistas ni a ninguno otro sin aplicar esta doctrina plenamente a nosotros. Tenemos el evangelio que es la doctrina de toda sabiduría, y, sin embargo, ¡cuán sordos y testarudos somos! Se nos predica todos los días; no obstante, ¿qué testimonio tenemos de ser siervos de Dios? Porque (como hemos discutido el pasado día del Señor) no sabremos cómo Ser siervos de Dios hasta ser participes de su Espíritu Santo, que no en vano es llamado "el Espíritu de Sabiduría." Porque de esa manera se nos demuestra que no sabremos cómo tener ni siquiera la menor de las gracias del Espíritu Santo, para perseverar, a menos que Dios lo aumente a él más y más en nosotros. Es cierto que no todos lo tendrán en igual medida, pero eso no nos impide que aprovechemos nuestro pequeño talento. Si una persona tiene el don de lenguas no tendrá la gracia que algún otro podrá tener. Y es lo que dice San Pablo: "Dios dará a cada uno conforme a la medida en que somos miembros de Jesucristo; como también vemos que los miembros de un cuerpo no tienen todos el mismo oficio; porque los pies harán lo que las manos no sabrían cómo hacer, los ojos están aplicados a un uso diferente al de los oídos; y de igual manera con todas las otras partes de cuerpo. Es así cómo nuestro Señor derramará su Espíritu Santo, sobre algunos de una manera diferente que sobre otros. Sin embargo, es siempre el mismo Espíritu, y si queremos ser reconocidos como cristianos tenemos que comprender lo que está escrito, es decir que es Dios quien nos gula por medio de su Espíritu Santo, a efectos de que no seamos como ciegos que andan en incredulidad." Suficiente con esto en cuanto a que, "Dios derramará su Espíritu Santo sobre toda carne."
Además, cuando dice que "Profetizarán," el profeta quiso indicar que, cuando Dios nos instruye lo hará con tal perfección que la doctrina no solamente será para nuestro provecho, sino que también enseñaremos a otros. En efecto, aquel que haya recibido más de los dones de Dios que otros, tendrá tanta mayor responsabilidad de instruir a los humildes y pequeños, dedicándose a enseñar a sus vecinos.  De manera entonces, sepamos que nuestro oficio es, habiendo sido enseñados por Dios, el de guiar a que otros lo conozcan. Es lo que dice Isaías: "Tome cada uno la mano de su prójimo para ayudarle a subir al monte santo."  Y es este uno de los puntos principales por los cuales Dios aprueba nuestra fe cristiana, cuando tenemos esta caridad hacia nuestros semejantes instruyéndolos en la obra de Dios. Ahora bien, esto es hecho por medio de la doctrina que de él hemos recibido por la mano de sus apóstoles, los que salieron (según hemos argumentado el pasado día del Señor) de la fuente que es Jerusalén, cuyos ritos inundaron todo el mundo, de manera que cada uno no sólo podrá recibirla por si mismo, sino que la distribuiremos a nuestros vecinos. Es cierto que no todos son doctores para enseñar; pero si somos cristianos tenemos lo suficiente con qué exhortar a nuestros vecinos.
Ahora venimos a la Otra parte de la profecía de Joel, donde dice: "Dios enviará señales terribles y maravillosas, sangre y fuego y vapor de humo," con lo que el profeta quiso indicar que cuando Dios visite a su pueblo con la venida de Jesucristo, aunque se ha prometido gran bendición y felicidad, ello no significa que no hemos de ver cosas horribles y maravillosas. Y era sumamente necesario que tuviéramos esta advertencia, para que pudiéramos saber que la venida de Jesucristo no fue para ponernos en este mundo como en un paraíso, y a efectos de vivir cómodamente aquí; si no que Jesucristo fue enviado con otro propósito,es decir, de librarnos de estas cosas aquí abajo y de subirnos al cielo. En efecto vemos que jamás podrían haber ocurrido cosas tan terribles y maravillosas como las que ocurrieron en la venida de Jesucristo. Si alguien pregunta por qué ocurrieron semejantes cosas aún después de haber sido revelado Jesucristo, es porque somos tan malvados que no queremos recibir los dones que él quiere darnos. Ahora bien, cuando el Señor se nos presenta en persona y nosotros lo rechazamos, ¿acaso no es preciso entonces que él levante su mano y golpee de tal manera con relámpagos y tormentas que seamos conmovidos y turbados por semejante ingratitud? Es por eso entonces, que dice que cuando Dios haya derramado su Espíritu Santo, habremos de ver cosas asombrosas, y que, cuando hayamos arriba al interior del cielo, y abajo, sobre la tierra, habremos de ver problemas tan grandes y cosas asombrosas, que aparentemente los cielos se hundirán y se mezclarán con la tierra; el sol se oscurecerá, la luna se convertirá en sangre, las estrellas caerán del cielo y aparecerán otras señales maravillosas. Es cierto que cada una de ellas está reservada para el día final; pero el profeta quiso referirse a todo el reino de Jesucristo, hasta venir como Juez en el día final. Entonces, tenemos que aplicar a nuestro tiempo todas las señales que se declaran aquí. Porque si hemos de considerar las cosas que han ocurrido desde que fue predicado el evangelio, no podemos suponer que no hayan sido contados los cabellos de nuestra cabeza. Es cierto que si viéramos lo que fue hecho en la venida de Cristo, quedaríamos muy deprimidos si no aterrorizados por ello; no obstante, si consideramos bien lo que ocurre todos los días, tendremos motivos aún mayores para asombramos. De manera entonces que el profeta no quiso indicar para sólo un determinado tiempo las señales que aparecerían en la venida de Jesucristo. Porque si bien en su venida exhibió estos grandes tesoros para distribuirlos a todos ellos, no obstante habremos de ver juicios maravillosos causados por la ingratitud de hombres que no quisieron recibir lo que les fue presentado. Incluso es eso lo que Jesucristo dijo al hablar de la destrucción del templo. Están allí los discípulos que le preguntan cuándo ocurrirán estas cosas, y cuál será la señal de su venida y de la consumación del mundo; porque, igual que todos los judíos, tenían la necia opinión de que el templo debía permanecer hasta la consumación del mundo, y que aún podrían reinar en paz como príncipes terrenales. Eso fue entonces, lo que los impulsó a hacer esta pregunta, si bien Jesucristo no había hablado del día final. Ahora él les responde: "Ustedes verán cosas asombrosas y terribles; ustedes piensan que van a seguir aquí abajo en paz y que van a reinar cómodamente; pero ocurrirá todo lo contrario, porque pronto vendrán seductores, luego el diablo se esforzará para que por todas partes se siembren doctrinas falsas,, habrá pestilencias, guerras, hambres, de manera que aparentemente el mundo entero se trastornará.  Y cuando vean estas cosas aun no será el fin; porque Jerusalén será destruida." Y con ello indica que por cuanto los judíos tenían tranquilidad de vida en este mundo, ahora tendrán que experimentar los juicios de Dios descendiendo sobre la ingratitud de los hombres, los que luego serían esparcidos por el mundo entero. Consecuentemente alega que: "Después de la tribulación de aquellos días el sol se oscurecerá, y la luz no dará su luz, y las estrellas no brillarán desde el cielo, y los poderes del cielo serán conmovidos." Esta es una declaración semejante a la del profeta, como si dijera: "No solamente aquí abajo se verán grandes problemas, pero si alguno levanta su mirada, verá que en todas partes hay confusión." No obstante, no debemos ser dejados sin consuelo. Porque si bien vemos muchos problemas y divisiones arriba y abajo, de manera que habiendo dado vuelta al mundo entero solamente veamos toda clase de maldad, no obstante, debemos tener causa para regocijarnos en el Creador de todas estas cosas. Ese es el resumen de lo que intenta mostrar el profeta.
Y ahora esto es dirigido a nosotros. Porque cuando Dios nos visita y nos da su doctrina, no es para que vivamos cómodamente en este mundo, y que estemos exentos de guerras, hambres y pestilencias; en cambio, debemos ser sabios, cuando nos ocurran tales cosas, cuando estemos en todas partes tan confundidos que no sepamos cual será el resultado de todo ello; digo que entonces debemos preparamos para soportar pacientemente tales aflicciones, las cuales no deben parecernos extrañas; porque ellas nos sobrevienen debido a la ingratitud que hay en nosotros. Nuestro Señor no quiere otra cosa sino mostrarse a nosotros como un Padre dulce y amoroso, y si no pudiéramos soportarlos se vería que no es sin causa que él nos llama sus hijos delicados; pero puesto que somos tan torpes, que no queremos ni recibirlo ni reconocerlo como Padre, ¿acaso no es preciso que nos castigue por semejante incomprensión? Debemos saber que su autoridad sobre nosotros no será menor que la de un padre, y no obstante, cuando nos envía aflicciones, por muy grandes y severas que ellas sea, no debemos caer en la desesperación; debemos saber, en cambio, que ellas nos vienen por nuestra ingratitud. Así es, en resumen, como deberíamos considerar los juicios de Dios, y que lo predicho por los profetas se está cumpliendo delante de nuestros ojos.
Ahora llegamos al consuelo que nos ofrece el profeta, es decir: "Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo." Si hubiera dicho únicamente lo que ya hemos mencionado, podríamos estar totalmente asombrados; porque lo mencionado aquí solamente sabría causarnos desconsuelo; pero aquí está el consuelo que él nos ofrece, que si invocamos el nombre de Dios tendremos salvación; aún en medio de los mayores problemas y divisiones posibles; aún cuando el infierno esté listo para tragarnos, hay un refugio que nos ha sido asegurado, siempre y cuando pongamos nuestra confianza en Dios a efectos de invocarlo a él. Cuando un hombre se encuentra en tribulación y prueba, el diablo se las ingeniará para mofarse de él, de manera que no tenga acceso a Dios. Pero aquí hay un gran consuelo que debiéramos apropiarnos viendo que Dios no tiene ningún límite predeterminado para nosotros cuando le invocamos; si no que, cuando estamos en las profundidades podemos invocarle osadamente. Porque, puesto que el profeta dice, que aquel que invoca el nombre del Señor será salvo, así también, por el contrario, aquel que no le invoca será condenado, aunque esté como en un paraíso. Incluso los ángeles, sin esta invocación, podrían ser rechazados por Dios, lo cual sin embargo, no puede ocurrir. Pero de esta manera vemos que es imposible tener la capacidad de existir un minuto en este mundo sin invocar a Dios. Entonces, aquí hay una lección que seguramente debiéramos grabar con frecuencia; porque el profeta hace un pronunciamiento sobre todos los que no invocan el nombre de Dios, diciendo: "Todo aquel que invoque el nombre de Dios será salvo." De ello se deduce, por otra parte, que aquel que no le invoca será condenado. Y puesto que somos tan fríos y que con tanta facilidad somos apartados de invocar el nombre de Dios, el profeta quiso significar que no debemos desistir de invocar a Dios en medio de todos los problemas que puedan sobrevenimos; aún cuando cielos y tierra hayan conspirado contra nosotros, es entonces que debemos dirigirnos a Dios, tanto con el corazón como con la boca y con todas nuestras facultades. Pero no basta con que tengamos abierta nuestra boca para decir un Pater Noster, o quizá para decir en una lengua conocida, "Padre nuestro, que estás en los cielos" si no hay un verdadero afecto del corazón fundado en la fe. De otra manera podríamos repetir esta oración diez, veinte, treinta veces, y no serían sino palabras arrojadas al aire. También dejo a aquellos que agregan su Ave Maria, creyendo que con esos trozos de basura realmente están invocando a Dios como él lo demanda. Pero esa gente está muy lejos de la verdadera invocación de Dios; son brujas y hechiceros que no pueden olvidar sus viejas supersticiones diabólicas. Ahora bien, no debemos asombrarnos demasiado por semejantes vestigios de Satanás; porque esas personas nunca tuvieron, y al presente todavía no tienen ninguna fe en Jesucristo. Y por eso, (como dice San Pablo) "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?" Este es un pasaje que tenemos que notar bien; porque san Pablo nos declara que cuando se nos menciona el invocar el nombre de Dios, nosotros debemos buscarlo como nuestro Padre; sabiendo que en él tenemos todo beneficio y que é1 está dispuesto a recibirnos tan pronto como regresamos a él. De otra manera, ¿qué coraje tendríamos sin esto, para dirigirle nuestras peticiones? Es consecuencia, tendríamos que estar totalmente seguros de que al invocar al Señor Dios en verdad él nos recibe. Mediante esto se ve cuán fantasiosa es la fe de los papistas. Ellos afirman que de ninguna manera hay que pensar que uno será oído por Dios cuando le invoca, porque nadie sabe si está o no en un estado de gracia, y pensar que sí sería una presunción demasiado grande. ¿Qué hay que hacer entonces? Afirman que hay que orar en actitud dudosa, y que basta con que uno esté totalmente consagrado a la santa iglesia de ellos, es decir, que uno siempre tenga a flor de labios esta respuesta: "Yo creo lo que cree la santa madre iglesia" Es por eso que ellos siempre tienen una fe llena de dadas y oculta,  y San Pablo declara que Dios los deshereda. Porque el evangelio tiene que ser predicado, no para hacernos dudar, sino para aseguramos nuestra salvación. Entonces, es muy fácil juzgar en qué consiste la fe de los papistas, en la cual también estuvimos en el tiempo de nuestra ignorancia. Tenemos que saber que Dios ha obrado Una gracia particular en nosotros al rescatamos de las sombras del error en que nos encontrábamos, y al darnos su evangelio para conducimos a la posibilidad de salvación. Pensando en todas estas cosas deberíamos suspirar y gemir viendo que es tan grande la bondad de Dios sobre nosotros que nos ha elegido de entre tanta gente para darnos el conocimiento de su palabra. Ahora bien, en el papado existe este mal de que ellos afirman que uno no puede invocar a Dios con una confianza firme, y que ello sería presunción, y que al invocar a Dios debemos hacerlo dudando. Y no es gente insignificante y común la que quiere sostener esto, sino grandes maestros, y aquellos de quienes se espera que tengan la totalidad de las Sagradas Escrituras impresas en su corazón. No serán tan ardientes como para defender sus grotescas imágenes, aunque hacen suficiente esfuerzo por mantenerlas. Pero cuando se trate de confesar semejantes blasfemias, se animarán de tal manera que parecerán estar fuera de si. ¿Y por qué? Porque por medio de ellos el diablo quiere impedir que nosotros invoquemos el nombre de Dios como corresponde.
Por lo tanto, que todos aquellos que oran a Dios como en el papado tengan la seguridad de ser desheredados por Dios. Porque no es así absolutamente que debemos orar a Dios, diciendo tres o cuatro veces "Padre nuestro, que estás en los cielos" repitiéndolo y murmurándolo muchas veces. Todos los que lo hacen así son como hechiceros y brujas. Es cierto que no sabríamos cómo permanecer demasiado tiempo diciendo nuestras oraciones; pero oraciones de corazón. Porque cuando oramos debiéramos salir fuera de nosotros mismos, y olvidar nuestra propia naturaleza, el mundo y todos sus atractivos, a efectos de tener un acceso más fácil a nuestro Señor. Así es cómo debemos hacerlo. Además, sepamos que al no tener la verdadera invocación al nombre de Dios, realmente no tenemos nada. Y pesemos bien esta palabra con la cual se dice que si no invocamos a Dios estamos condenados. En el cuarto capitulo de Génesis está escrito con referencia al malvado linaje de descendientes de Caín, que ellos constituyen ciudades, levantan torres, y sin embargo no tienen la forma correcta de invocar a Dios.  Pero cuando Adán hubo engendrado a Set, dice que el nombre de Dios fue invocado correctamente. Entonces Dios fue servido y honrado, porque después que Set fue instruido para servir a Dios, él también instruyó a sus hijos. Ahora bien, en cuanto a todo el servicio a Dios vemos que únicamente dice: "El nombre de Dios era invocado." Entonces, eso es lo principal que tenemos que tener. Porque si bien el nombre "Cristiano" actualmente vuela entre nosotros, si el nombre de Dios no es invocado por nosotros, ello no es más que un abuso. Y no podremos invocarle (como dice San Pablo) si no hemos creído en él. Es cierto que estando lejos del frente no seremos demasiado osados. Se ven haraganes que cuando están a la sombra de un jarro o de un vaso, pasan por los mejores cristianos del mundo, y aparentemente son los verdaderos campeones de Jesucristo y, aparentemente, han adquirido para él todo lo que él posee. Luego, otros, viniendo prometerán hacer milagros, y uno pensará (oyéndolos hablar) que si el cristianismo fuese abolido, de ellos no será quitado; no obstante, cuando se los mira de cerca, y se sondea sus corazones, se verá que están lejos de los que prometen. Y ellos son los primeros que se apartarán de Dios. ¿Y por qué? Porque no han considerado lo que son; porque cuando alguien se considera cuidadosamente, hallará un mar de pecados, de los cuales no podremos despojamos, si no tenemos, gimiendo, nuestro refugio en Dios a efectos de invocarle en nuestra necesidad. Además, sepamos que este sermón que en otro tiempo fue predicado por San Pedro en la ciudad de Jerusalén, ahora nos es predicado a nosotros, a efectos de ser beneficiados por él; y notemos que no es sin causa que él presente el pasaje del profeta Joel. Por lo tanto, tengamos confianza en esta promesa: "Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo."
Siguiendo esta santa enseñanza inclinémonos en humilde reverencia."

martes, 9 de diciembre de 2014

TERCER SERMON SOBRE PENTECOSTES


 Juan Calvino


En el cual se expone la primera exhortación que San Pedro hizo después que el Espíritu Santo hubo descendido sobre él y sobre los otros apóstoles.

"Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto. Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio,   y oíd mis palabras. Porque estos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 'Y en los postreros días, dice Dios derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños'" (Hechos 2:13-17).

Lo que San Lucas narró al comienzo de este pasaje es un ejemplo muy notable de la malicia en ingratitud de los hombres. Aquí están los apóstoles, ciertamente conocidos como hombres del campo, e incluso de baja condición, que hablan el lenguaje de diversos pueblos y regiones distantes, y en excelente manera discuten la verdadera religión, proclamando la salvación que es en Jesucristo. Esto debe haber llenado de admiración inclusive a aquellos que escucharon el relato mucho tiempo después; mucho más deberían aquellos que contemplan el hecho allí mismo, y que oyen la declaración con sus propios oídos, ser impulsados a la obediencia correcta en la palabra. Sin embargo, no reconocen las obras de Dios, para magnificar y glorificar a Dios en ellas, sino que por el contrario, se burlan de ellos. Ahora bien, este pecado no solamente existió entonces en el mundo; todavía lo vemos en nuestro tiempo. Porque cada día Dios obra con tal poder que es imposible comprenderlo; sin embargo, de ninguna manera somos impulsados por ello a darle gracias; e incluso por un beneficio tan grande como el de habernos llamado al conocimiento de su evangelio. Pero, por el contrario, ¿acaso no vemos una multitud  de derrochones que se burlan cuando habla Dios, y cuya atención a la predicación es la misma que le prestan a las fábulas? Y con esa actitud, ¿acaso están expresando la debida reverencia a la palabra de Dios? Ciertamente, no. Aunque existen muchos de esos bufones, que no se benefician ni con la palabra de Dios ni con sus milagros no por eso debemos escandalizarnos totalmente, sino permanecer firmes, a efectos de no caer en la misma condenación habiendo despreciado las maravillosas obras de Dios, y no habiéndolo honrado como él se lo merece.
Eso es lo que debiéramos notar en primer lugar. Ahora San Lucas agrega que Pedro, en nombre de los apóstoles, demostró que los bufones y despreciadores de Dios estaban muy equivocados al considerar semejante milagro, que hablan visto ante sus ojos, con desprecio y burla, y que el mismo no debía ser atribuido a la ebriedad de la que acusaron a los apóstoles. Pedro dijo: "Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día." Ahora, por medio de esto debemos notar, en primer lugar, que los antiguos tenían otra manera de contar las horas que nosotros; porque tomaban la primer hora a la salida del sol, y siempre contaban doce horas, hasta la puesta del sol, de manera que, conforme los días eran más largos o más cortos, las horas también eran más largas o más cortas. Además, dividían al día en forma también diferente, en cuatro partes, es decir: desde la primera hora hasta el fin de la tercera hora, desde la tercera hasta la sexta, desde seis hasta nueve, desde nueve hasta doce. De manera que la sexta hora del día era el mediodía, y la tercera era alrededor de las ocho o nueve de la mañana, según contamos nosotros.
Ahora venimos al motivo que presenta San Pedro para mostrar que no estaban ebrios, como pensaban los judíos. Es como si hubiera dicho: "Ahora estamos en la tercera hora del día," que es (como he dicho) entre las ocho y nueve de la mañana; "en la vida no ocurre que los hombres se embriaguen a esta hora; ni siquiera los que no asisten al servicio de Dios." Con esto San Pedro denuncia la ebriedad, y demuestra que es vergonzoso cuando un hombre comienza en la mañana a embriagarse. Sin embargo, son más los que no se preocupan, aunque son dados a la ebriedad, de perder la sensibilidad y razón. Algunos no están ebrios por lo que han bebido en la mañana, sino que están tan impregnados de vino que al llegar la noche pareciera que aun durante la mañana no hicieron otra cosa que beber. Otros, por temor a rehusarse de beber comienzan tan temprano en la mañana que durante el resto del día no vuelven a estar sobrios; y entonces el vino los priva de toda inteligencia y razón, de manera que no saben ni cómo andar ni como conducirse. Entonces San Pedro dice: "Estos hombres no están ebrios," demostrando con ello que es algo que desagrada a Dios. Ahora debemos notar aquí que los judíos detestaban la ebriedad, de manera que cuando alguno de ellos era sujeto a caer en embriaguez, consideraban que debía ser a la noche, avergonzados de tener que ser vistos por otros. Con ello vemos que los hombres son más desvergonzados ahora que en aquel tiempo. Porque en aquel entonces buscaban la oscuridad de la noche, pero ahora no tienen escrúpulos de embriagarse en pleno mediodía; y entonces tienen que dormir y fermentar su vino. Aun escuchando el sermón dejan ver en qué condición están; porque no saben cómo permanecer una hora para escuchar la palabra de Dios sin mostrar el efecto de su ebriedad; están tan adormecidos que no aprovechan nada. Pero nadie debería estar demasiado asombrado por esto, porque el vino y la carne sin digerir aun, en los que se han llenado hasta el límite, más que las bestias brutas, hacen que duerman tan profundamente. A veces incluso duermen durante el sermón matutino, aunque aparentemente todavía no deberían haber bebido o comido. Pero con ello demuestran su gusto por la palabra de Dios, porque no sabrían como excusarse viendo que se levantan a la misma hora que otras personas.
Entonces, para venir al asunto que nos ocupa, San Pedro habla conforme a la costumbre de aquel tiempo, diciendo: "A juzgar por la vida común no es cierto que estos hombres estén ebrios, puesto que es la tercera hora del día." Ahora aplica los milagros que habían sido hechos por su doctrina. Porque el Espíritu Santo no fue dado a los apóstoles para ser guardado en secreto tratándose de magnificar las obras de Dios; al contrario, debían ser firmes en llevar constantemente la palabra, y en publicar el evangelio, puesto que nuestro Señor les dio los medios para hacerlo. También vemos que Dios obró poderosamente, y que el hecho de que Dios haya sido predicado a todo el mundo  y por un número tan pequeño de personas no procedía de los hombres. Ahora bien, en su predicación San Pedro demuestra una santa osadía del Espíritu de Dios advirtiendo a quienes no la habían recibido en reverencia, que Jesucristo no se manifiesta a aquellos que desprecian sus obras y se burlan de ellas. Además, cuando dice: “Y todos ustedes que habitan en Jerusalén," se dirige en general a nosotros, si bien ello no incluía a ciertas personas, es decir, a aquellos que se habían burlado del milagro. Porque hubo muchos en la compañía de los apóstoles que quedaron grandemente asombrados y que habían venido con reverencia. ¿Por qué es entonces, que San Pedro les atribuye a todos ellos el haberse burlado? Ahora bien, al reprender el pecado de ellos, quiso beneficiar a toda la compañía, y por medio de esta ocasión confirmar tanto más, incluso en los corazones de otros que estuvieron asombrados, una adoración y reverencia por la obra de Dios, echando lejos la opinión y todos los demás pensamientos necios de aquellos bufones. Actualmente aun hablamos de esta manera; porque cuando hay bufones en una compañía, y queremos reprender este pecado, vociferamos contra todos, aunque no todos sean culpables. Sin embargo, los que son culpables deberían ser acusados en sus conciencias; porque tienen suficiente testimonio de su error, sin que nadie proceda contra ellos y presente cargos específicos. No obstante, a veces es necesario que alguien hable más directamente a la gente, y que sean acusados llamándolos por nombre, a efectos de despertar su memoria, usando el ojo y el dedo para señalarles sus faltas; porque de esa manera se avergüenzan más que si son meramente amonestados en público. Pero es una maravilla cuando alguien puede soportar la amonestación por algún pecado, aunque la amonestación sea en público; porque se quieren cubrir, diciendo que si bien puede haber muchas persona culpables del pecado del que se los acusa, ellos pertenecen a los inocentes. Entonces ellos murmuran: ¿Por qué alguien tiene que vociferar contra nosotros? ¿Si esos pecadores existen, es necesario reprender a todos y hablar así en público?" Es así cómo los hombres siempre hallan ocasión para murmurar contra la doctrina, y si bien vemos que pueden haber sido muy pocos los que se burlaron del milagro que aquí se menciona, San Pedro dirige su palabra a todos cuando dice: "Todos ustedes que habitan en Jerusalén; sea notorio entre ustedes que estos hombres no están ebrios como ustedes suponen." Sin embargo, viendo que San Pedro habló de esa manera, no seamos nosotros más sabios que el Espíritu Santo; cuando existe un pecado que no está en todos, no por eso dejemos de hablar a todos, y que mediante este ejemplo, los inocentes sean advertidos a no murmurar, sabiendo que si son exentos de un pecado, cuando alguien los mira muy cuidadosamente los hallará mil veces dignos de ser culpados.
Ahora venimos a lo que San Pedro intenta hacer mediante esta predicación, es decir, intenta llevar a la gente al conocimiento de Jesucristo; porque, en efecto, ese es el propósito para el cual los apóstoles recibieron el don de lenguas. Porque la diversidad de lenguajes era, realmente, un impedimento que cerraba la puerta al evangelio, de manera que sin el conocimiento de lenguas, parecía imposible que el evangelio pudiera ser publicado a través del mundo. Entonces San Pedro dice: "Si ustedes recuerdan la profecía del profeta Joel, la promesa contenida en ella fue cumplida con la venida de Jesucristo. Porque después de que el profeta hizo algunas amenazas, agrega esta promesa, que Dios derramará su Espíritu sobre toda carne." Con lo cual indica que cuando Dios castiga las iniquidades del mundo, no será para hacer desesperar a los elegidos, sino para confirmarlos mediante el ejercicio de las tribulaciones de este mundo, que son enviadas incluso antes a los elegidos que a los rechazados. Es por esto entonces que nuestro Señor no suelta las riendas a su venganza, de modo de no retenerla, a efectos de perdonar a aquellos que tendrán refugio en su bondad y misericordia; porque siempre está cercano a aquellos que verdaderamente le invocan. Ahora bien, el estilo común de los profetas siempre ha sido tal que cuando quieren consolar a los pecadores, los conduce al conocimiento de Jesucristo. Y no es sin causa, porque si Jesucristo es quitado de nosotros, ¿qué hallaríamos en Dios? Hallaríamos en él una altura que derribaría a todas las criaturas; por causa de ella, habiendo llegado a conocernos a nosotros mismos, solamente hallamos pecado y vicio, y para presentarnos ante la majestad de un Juez tan grande solamente entenderemos la justicia y el rigor de su venganza, la cual nos es preparada por causa de nuestras iniquidades. En efecto, ¿qué pasará a aquellos de nosotros que nos exceptuamos del número de los pecadores, diciendo que no hay ninguna necesidad de recurrir al conocimiento de Jesucristo? Sin embargo, vemos la indiferencia que hay en los hombres en este sentido. Es cierto que no dirán abiertamente que no quieren conocer a Jesucristo; pero son muy pocos los que cumplen con su deber buscándole como es debido. De modo que no debe asombrarnos de ninguna manera que los profetas siempre insistan en este asunto de conducimos al conocimiento de Jesucristo; porque él es el único medio de reconciliación con Dios, en lo cual debemos establecer nuestro fundamento. Ahora vemos que, cuando el Espíritu Santo fue derramado tan abundantemente, no fue con ningún otro propósito sino que los hombres que habían sido extraños al conocimiento de Jesucristo, pudieran ser llamados, y todos pudiéramos ser convertidos para ser juntos el pueblo de Dios y recibir a Cristo.
Pero a efectos de tener un entendimiento mejor de este pasaje, debemos exponer lo dicho por el profeta: "Yen los postreros dios, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños." Por medio de esto debemos notar que, si bien el profeta dice que el Santo Espíritu será derramado sobre toda carne, sin embargo, no todos lo recibirán. Como vemos, en efecto, que existen muchos que son privados de él. Sin embargo, Dios nos llama a todos, pero nosotros le resistimos con nuestra ingratitud y malicia. Siempre sigue siendo cierto que nadie viene a él, sino aquel a quien él atrae por medio de su Santo Espíritu. Con ello también se nos significa que, si por fe venimos a Jesucristo, y con auténtica humildad mantenemos la fe recibiremos con tanta abundancia los dones su Espíritu que seremos capacitados para comunicarlos a nuestros vecinos. Así es entonces cómo Jesucristo nos llama a todos en general; sin embargo, es muy necesario que vengamos a él; porque rechazamos este beneficio que nos es presentado. ¿Por qué? Porque nos consideramos indignos del mismo, prefiriendo entregarnos a nuestras vanidades, más que al temor de Dios. Ahora bien, puesto que es cierto que muchos no reciben los dones que les son presentados, si bien son llamados, uno podría preguntar por qué habla así el profeta. Pero él quiso hablar en términos tan generales para mostrar que él los traerá a su conocimiento de todas las condiciones y de todas las edades; también, porque ahora Dios no hace distinción entre judíos y gentiles; porque por su poder el Espíritu Santo obra por medio de todos. Vemos que los judíos fueron, entre todos los demás, los primeros que tuvieron conocimientos del verdadero Dios; y aunque el número de aquellos, entre los judíos, que creyeron haya sido muy pequeño, no obstante, el Espíritu Santo les fue presentado. También los paganos han sido instruidos por la predicación del evangelio. Así es cómo, sin asombrarse, el profeta dijo que Dios ha derramado su Santo Espíritu sobre toda carne. Ahora bien, la doctrina que fue proclamada al comienzo de la predicación del evangelio, provino primero de los judíos, a efectos de que lo dicho por Ezequiel pudiera ser cumplido: "Ríos correrán hasta los confines de la tierra, procedentes de Jerusalén."  Con lo cual el profeta quiere indicar que esta diversidad de lenguas nunca podría haber sido entendida si el Espíritu Santo no hubiera sido enviado a los apóstoles para lograr que su doctrina fluyera al mundo entero. De manera entonces, consideremos cómo obró Dios mediante su sabiduría incomprensible, para que su evangelio fuese publicado. Porque si bien los apóstoles habían sido suficientemente instruidos por Jesucristo, no obstante, no dejan de ser toscos hasta haber recibido el Espíritu Santo. Pero cuando lo reciben, véanlos, convertidos de hombres pobres e ignorantes, en grandes eruditos, de manera que tienen conocimiento de diversidad de lenguajes, que constituían un impedimento para la publicación del evangelio. De manera que no es sin causa que el profeta Joel diga que Dios derramó de su Espíritu sobre toda carne.
Además debemos notar bien el pasaje donde dice que viejos y jóvenes profetizarán. Con ello indica que viejos y jóvenes, todos participarán del don del Espíritu Santo. No debemos tratar de saltear el conocimiento de la exposición de este texto, cuando el profeta dijo: "toda carne"; porque el mismo texto muestra suficientemente la intención del mismo. Además, cuando dice que los jóvenes profetizarán está hablando conforme a la costumbre de su tiempo; porque Dios usó de estos dos medios para con sus siervos, es decir, (1) la visión o (2) el sueño; como está escrito en el capitulo doce de Números, se mostrará a los profetas por medio de la visión, y les hablará en sueños, pero en cuanto a su siervo Moisés dice que le hablará cara a cara.  Sin embargo, alguien podría alegar que la doctrina no estaba bajo la ley como lo está ahora, y que, si Dios se manifestó a sí mismo a los profetas del Antiguo Testamento, a nosotros no se muestra así ahora. A efectos de responder tenemos que notar que, si bien el profeta usa estos términos, es únicamente para acomodarse a su propio tiempo, y para no decir que nosotros no hemos de tener una medida mayor de conocimiento. Porque en el Antiguo Testamento la verdad no nos es declarada tan abiertamente como ahora a través de Jesucristo. Porque en lugar de los sacrificios ordenados por Dios en la antigua ley, para que fuesen tipos y sombras que él necesitaba repetir con frecuencia para mostrar que solamente por medio del Mediador tienen los hombres acceso a Dios, ahora tenemos al Mediador en persona, que mediante su sacrificio único cumplió de una vez para siempre con todas los requisitos. Y nosotros ahora no tenemos que hacer sacrificio alguno de expiación y satisfacción por nuestros pecados, sino que hemos de rendir a Dios sacrificios de alabanza; y por medio de nuestro Señor Jesucristo él está satisfecho con este sacrificio. Y aunque en la Escritura diga que a la venida de Jesucristo el mundo entero preparará altares para hacer sacrificios a Dios, nosotros, no obstante, tenemos que dejar el tipo y habitar en la verdad. Porque así como el altar era la señal de la adoración que debe ser dada a Dios, cuando dice que él hará sacrificio a través del mundo entero, lo que se quiere decir es que Dios será adorado universalmente. Es cierto que el Papa y todos los suyos quieren deducir de este pasaje que los sacrificios tienen que ser hechos. Y cuando quieren aprobar su misa, presentan como testimonio esta Escritura. Pero si fuera cierto lo que ellos hacen creer a la gente, tendríamos que deducir que Jesucristo todavía no ha aparecido, y que su reino no ha venido en absoluto. Pero se ve lo contrario. Y silos profetas han hablado de esa manera, es para indicar que Dios será adorado universalmente en espíritu y en verdad, sin depender más de los tipos. Además tenemos que notar que aquí la palabra profecía no es tomada por el profeta en el sentido de declarar cosas venideras, uso que se le daba antes, en cambio quiere decir que aquel que tiene el don de profecía enseñará y aplicará la doctrina, a efectos de que seamos guiados al conocimiento de la verdad y para que sepamos cómo aprovechar de ella. De manera entonces, la promesa de la venida de Jesucristo contiene esto: que los hombres podrán tener un conocimiento mayor de las cosas divinas del que tenían antes. En efecto, San Pablo lo llama una sabiduría de Dios debajo de la cual todas las cosas debieran humillarse. Ahora tenemos que hacer de todas estas cosas una conclusión sumaria: que así como nuestro Dios, enviando al mundo a su Hijo Jesucristo, quiso aseguramos más expresamente de nuestra salvación, así también, enviando a su Espíritu Santo, nos hizo, más que nunca, partícipes de sus gracias.
Luego el profeta Joel agrega en este pasaje: "Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre."6 Con estas palabras indica que al manifestarse Jesucristo tienen que ocurrir cosas grandes y maravillosas. ¿Y por qué? Porque el mundo experimenta un cambio. Todos aquellos que quisieran seguir a Jesucristo tienen que cambiar totalmente su forma natural de ser. Es por eso también que el tiempo de la venida de Jesucristo es llamado "el tiempo final." Además, esto no se dice de un día o de un mes, sino que el profeta aplica todo lo dicho aquí al tiempo entre la venida de Jesucristo y el juicio final; y tenemos que incluir los milagros que serán hechos a la venida de Jesucristo en el tiempo comprendido entre su venida y el día final. En efecto, cuanto más avancemos, más será hecho, lo cual también experimentamos cada día. Ahora bien, puesto que comprendemos el sentido de profeta, ahora tenemos que tratar de aplicarlo a nuestro uso. En primer lugar, cuando dice que Dios derramará su Espíritu sobre toda carne, hay que notar que el mayor beneficio que podemos tener es el de ser partícipes de los dones de su Santo Espíritu. Y es el más excelente de los dones que Dios ofrece a los hombres; en comparación con él toda la liberalidad que El muestra por medio de las cosas terrenales, no es nada. Porque cuando somos privados de este don, Jesucristo es quitado de nosotros, y mientras no seamos vestidos de Cristo, todo cuanto hacemos es para nuestra condenación. Dios también afirma que no podemos ser hijos suyos hasta no haber sido lavados por su Espíritu Santo. Ahora bien, si no somos sus hijos, no somos partícipes, en absoluto, de la comunicación de Jesucristo. Porque, si bien Dios nos presenta sus dones, no obstante, Jesucristo no es nada para nosotros hasta que no hayamos recibido el Espíritu Santo. Deduzcamos entonces, por medio de esto, que hasta no ser partícipes del Espíritu Santo, estamos perdidos y somos rechazados; porque es él quien nos santifica y quien nos convierte en santos delante de Dios. De manera entonces, hasta que él nos haya llamado a su presencia, por medio del conocimiento de su Santa Escritura (conocimiento que no podemos tener excepto por el don del Espíritu), para elevar nuestros espíritus, estamos detenidos en la tierra como en una tumba: Así dice San Pablo: "Los que han recibido el Espíritu Santo, y que andan conforme a la voluntad de Dios la cual nos es declarada por medio de su palabra, aquellos, digo, son hijos de Dios; pero son hijos del diablo aquellos que siguiendo sus deseos carnales están dados nada más que a voluptuosidad." Es por eso entonces que el conocimiento de la verdad de Dios nos es necesario, si queremos pertenecer al número de los hijos suyos.
Además, no debemos excusarnos si no recibimos sus dones; porque él nos los ofrece; pero nosotros somos tan miserables que rechazamos el don que él está dispuesto a ofrecernos. De esta manera es manifestada la bondad de Dios hacia los hombres, en efecto, a pesar de que ellos siempre están luchando contra su voluntad, él, no obstante no deja de presentarse a nosotros, tal como lo dice aquí el profeta: "Jóvenes y ancianos, hombres y mujeres todos recibirán el mismo espíritu." Es a efectos de que nadie pueda argumentar de esta manera: "Ah, pero yo no soy estudiante, por lo tanto no puedo entender lo que dice en las escrituras, para recibir el Espíritu Santo." Ciertamente, ¿acaso ha prometido Dios solamente a los eruditos el don de su Espíritu Santo, sin distribuirlo también a otros? Ahora bien, es un abuso presentar semejantes excusas. Entonces, viendo que Dios es tan liberal que no quiere excluir ni edad ni sexo de la recepción de su Espíritu Santo, ¿acaso no somos muy miserables alejándonos cuando él se acerca a nosotros? En efecto, aquí se habla de la profecía que tiene que ser cumplida a la venida de Jesucristo. Entonces, puesto que es cierto que él reina en el día de hoy, es preciso que ello es muy cierto. Y, ay de nosotros, puesto que lo dicho nos ha sido abierto tan claramente, si hacemos otra cosa que cumplir con nuestro deber de andar en el temor de Dios, y de recibir los dones que nos son presentados por él. Ya he dicho que ninguno es exceptuado, pero somos tan malvados que no podemos aceptar lo que nos es dado. ¿Y cuál es la causa de ello? Nuestra infidelidad. Y sin embargo, es un pecado inexcusable, tanto en jóvenes como en ancianos, cuando no quieren ponerse bajo la obediencia de Dios, viendo que todos son llamados por él. Y no tenemos que asombrarnos cuando es evidente que la enseñanza les aprovecha tan poco. Porque, considerándolo, los ancianos serán tan obstinados y arraigados en su mal, que nadie sabe cómo argumentar provechosamente con ellos. Los jóvenes son descarriados como diablos, y si uno argumenta con ellos, se ponen tan furiosos que dan la impresión de querer arruinar a Dios, a su palabra, y a aquellos que la llevan. Ahora bien, Jesucristo, que es la sabiduría, la dulzura y amabilidad del Padre, no quiere tener comunicación con semejantes zorros y leones, y cuando uno les muestra que tiene que humillarse bajo la poderosa mano de Dios, para que puedan saber que tienen un Padre en el cielo, que se ocupará, no solamente del alimento corporal, sino que también los protegerá y los gobernará por medio de su Espíritu Santo, ellos de ninguna manera se someterán, sino que quieren tener libertad a efectos de tener plena licencia para hacer el mal.
Ahora, puesto que el tiempo no nos permite hablar más de esto dejaremos el resto hasta el siguiente día del Señor. Y puesto que no vamos a reconocernos aceptables a Dios, excepto por medio de nuestro Señor Jesucristo, inclinémonos en humilde reverencia ante su rostro en el nombre de Cristo.