"Respondió
Bildad suhita, y dijo, El señorío y el temor están con él; él hace paz
en sus alturas. ¿Tiene sus ejércitos número? ¿Sobre quién no está su
luz? ¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios? ¿Y cómo será
limpio el que nace de mujer? He aquí que ni aun la misma luna será
resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos.
¿Cuánto menos el hombre que es un gusano y el hijo del hombre, también
gusano?" (Job 25:1-6).
Juan Calvino |
Puesto
que somos tan dados a valorarnos a nosotros mismos, y que esta necedad
se debe a que no pensamos en Dios y en la naturaleza de su majestad,
tenemos aquí una advertencia buena y muy útil, de que toda vez que
seamos tentados a atribuirnos alguna gloria a nosotros mismos,
debiéramos volver nuestra atención a Dios y comprender su naturaleza, la
naturaleza de su virtud y poder, la naturaleza de su justicia, la
naturaleza de toda su gloria. Seguramente entonces se silenciaría
nuestro cacareo; porque en vez de estar inflados de orgullo e
intoxicados con la presunción, la sola consideración de Dios sería
suficiente para derrumbarnos de tal manera de ser turbados en nuestro
interior. Esto es entonces, por qué el Espíritu Santo nos da ahora, por
medio de Bildad esta amonestación. La amonestación es que seguramente
tiene que haber señorío soberano en Dios, y nosotros tenemos que
sobrecogernos al pensar en él, viendo el orden que él ha puesto en el
cielo y a través del mundo; y sepamos que, así como nada de lo nuestro
puede tener valor para él, las estrellas que brillan para él son
oscuras. Siendo esto así, ¿qué les queda a los hombres? Ahora (como toda
sopa) ellos no son sino gusano y putrefacción. ¿Y si quieren gloriarse
más que las estrellas, de qué valdrá? ¿No es su necedad demasiado
grande? Vemos entonces a qué fin tienden las proposiciones contenidas
aquí, esto es, puesto que los hombres, mirando aquí abajo, no pueden
humillarse, Dios les presenta su majestad, para que sepan que ya no es
asunto de valer algo; porque todo aquel que a sí mismo se exalta delante
de Dios tiene que ser totalmente humillado.
Aquí
Bildad, a efectos de hacernos sentir cómo debiéramos temer y respetar a
Dios dice, "El hace paz en sus alturas," es decir, dispone de tal
manera el orden del cielo que allí se ve un gobierno apacible y bien
llevado. Esto podría referirse i los ángeles; en nuestra oración decimos
"Sea hecha tu voluntad en la tierra como en los cielos," lo cual indica
que Dios es escasamente obedecido aquí abajo; ello se debe a la
rebelión que hay en los hombres, como también estamos leños y cebados
con muchas codicias que no pueden ser reconciliadas con su justicia. De
manera entonces, pedimos que así como los ángeles se conforman en todo y
por todo, él también quiera reformarnos a nosotros, y corregir los
malos deseos que hay en nuestra naturaleza; quiera obrar de tal manera
que su reino y dominio sea apacible aquí abajo. Entonces uno podría
referir este pasaje a lo que allí se dice de los ángeles; pero sin dudas
Bildad tenía otra intención, es decir, en cuanto a todo el plan que
debemos percibir en el orden del cielo. Entonces, aunque el sol sea como
un cuerpo infinito desde nuestro punto de vista, y aunque su movimiento
sea rápido, y aparentemente debiera confundirlo todo, sin embargo,
nadie sabría cómo ajustar un reloj a ese ritmo; es imposible. Lo mismo
vemos en la luna, y en todas las estrellas; porque aunque el número de
ellas es infinito, sin embargo, no hay confusión, sino que cada una de
ellas está perfectamente ordenada como posible.
Entonces,
no es sin causa que aquí Bildad diga, "Dios hace paz en sus alturas."
Entonces vemos su reino no solamente en sus criaturas celestiales, sino
que desde las alturas regula el orden del mundo, que a pesar de la
confusión reinante aquí en las cosas, las que están revueltas, y con
muchos cambios y problemas; no obstante, Dios no deja de llevar todas
las cosas a un fin tal como él lo ha ordenado y deliberado en sí mismo.
Es cierto, si volvemos nuestra mirada hacia abajo, no podemos ver este
señorío tan apacible como el que aquí se nos declara. Pero si
contemplamos la providencia de Dios, es cierto que en medio de los
problemas y todas las revoluciones del mundo conoceremos que Dios
gobierna todas las cosas según su beneplácito. Ahora vemos la
implicancia de las palabras, "Dios hace paz en sus alturas," es decir,
mantiene bajo control a todas sus criaturas, de manera que aunque se
vean algunos cambios no obstante no deja de gobernar por su consejo.
Puesto que esto es así, concluyamos que es totalmente correcto que en él
haya poder y señorío, y que ello nos asombre; es decir, que debemos
rendirle homenaje como a aquel que gobierna, y debiéramos tener temor y
respeto y debiéramos reconocerlo con toda reverencia como Maestro y
Señor del cielo y de la tierra. Ahora, al principio parecería que esta
proposición era superflua; pero cuando hayamos evaluado bien lo que
acabamos de discutir, seguramente veremos que no es sin causa que aquí
Bildad destaque el gobierno y dominio que Dios tiene en todo el mundo.
Porque esta palabra saldrá rápidamente de la boca, y demasiado rápido
hablamos de Dios; sin embargo, no concebimos su majestad; lo reducimos
casi a la estatura de un ídolo. Ciertamente, es algo que no
confesaríamos, incluso nos horrorizaríamos de hacer semejante confesión;
sin embargo, no le reconocemos a Dios el poder que le corresponde, y
que debiéramos sentir que hay en él. Porque charlamos acerca de su
majestad, y su nombre saldrá de nuestros labios como burlándonos, la
mayoría de las veces hablamos con escarnio de él; se ve que los hombres
no podrían ser más profanos, y sin embargo, ante la mención del nombre
de Dios debiera doblarse toda rodilla y temblar toda criatura; nosotros,
en cambio, tenemos la audacia de no rendirle ninguna reverencia ni
humildad. En resumen, los hombres no reconocen la majestad de Dios y no
comprenden su virtud como para humillarse delante de él y estarle
sujetos como debieran. Es necesario entonces, que cuando alguien nos
hable de Dios, que sea una persona capacitada, es decir, que
experimentemos a Dios como Dios es. Y es por eso que las Santas
Escrituras tantas veces le atribuyen títulos, no estando satisfechas con
simplemente nombrarlo; le asignan títulos como: "Todopoderoso,"
"Omnisciente," "Totalmente Justo," "El único inmortal," diciendo luego
que él ha creado todas las cosas, y que él las gobierna. ¿Con qué
propósito se dice esto si no es para despertar a los hombres que son
demasiado estúpidos y que no honran a Dios de acuerdo a la dignidad que
tiene? En resumen, todas las veces que las escrituras honran a Dios es
para reprochar nuestra ingratitud y estupidez evidenciada en que no le
rendimos lo que le debemos, y que según nuestras posibilidades le
robamos poder y gloria; por lo menos debemos considerarlo como lo que
es, adorarlo y humillarnos a nosotros mismos delante de él, y exaltarlo y
magnificarlo como él lo merece.
Aprendamos
además que cuando aquí se dice, "Dios hace paz en sus alturas," y que
él gobierna al mundo visible que todos tienen que ponerse del lado suyo,
aunque tal vez haya alguna contumacia y rebelión, reconociendo que él
no fracasa en ejecutar su consejo; cuando oímos esto debiéramos dejar de
dormir y de jugar con Dios como hemos estado acostumbrados a hacerlo;
debiéramos en cambio, temblar ante su majestad; y sobre todas las cosas,
volvamos a la conclusión que se hace aquí, es decir que hay dominio
soberano y temor hacia él; entonces no solamente debiéramos estar
sujetos a él sino temblar con todo temor, para que Dios sea temido de
tal manera que no tengamos la necia valentía o, más bien, la locura de
oponernos a él, y de disputar contra lo que hace, o de murmurar como si
hubiese alguna falla en sus obras. Por este motivo es que aquí todos se
callan para que, siendo despojados de su maldita presunción, puedan
aprender a temblar en la presencia de Dios y reconocer que es a él a
quien deben todo homenaje.
Es
por eso que Bildad agrega; "¿Tienen sus ejércitos número? Sobre quién
no está su luz?" Cuando dice que sus ejércitos no tienen número es para
indicar que los hombres ciertamente tienen que ser más que fanáticos
cuando pretenden oponerse así a Dios queriendo hacerle guerra. Es cierto
que no lo confesarán; sin embargo, es imposible murmurar contra Dios, y
oponerse a sus juicios sin enojarse por lo que hace, y sin hacerle la
guerra. Y ¿por qué? Porque, ¿en qué consiste el dominio y señorío que
tiene sobre nosotros? Es cuando no solamente reconocemos su poder, sino
su bondad e infinita sabiduría, su justicia, su misericordia, sus
juicios; cuando hayamos hecho esto lo estaremos glorificando. Entonces,
cuando los hombres no hallan razón en lo que Dios hace, cuando lo acusan
de crueldad, o con impaciencia se enojan contra él, o se escandalizan
por lo que hace; no hay duda que tratan de robarle su divina gloria; y
esto no puede hacerse sin luchar contra él. Entonces, si no glorificamos
a Dios en su justicia, en su bondad, en su poder, en su infinita
sabiduría, es como si tuviéramos una actitud de desafío hacia él, de
levantamiento contra él. Ahora bien, ¿de quién proviene el hombre
mortal? Aquí dice, "Los ejércitos de Dios son innumerables." Ahí están
todos los ángeles del paraíso, armados para mantener el honor de aquel
que los ha formado y creado; todas las criaturas están dispuestas a
vengar su majestad tan asaltada por nosotros, que no somos sino gusano y
corrupción. Notemos bien con qué propósito se habla aquí de los
ejércitos y regimientos de Dios; es para que nosotros sepamos que,
comoquiera y dondequiera que presumen murmurar contra Dios y blasfemar
contra su justicia, tendrán como enemigos mortales a tantos ángeles como
ángeles hay en el cielo. Ahora bien, sabemos que el número de ellos es
infinito. Ellos también deben saber que todas las criaturas están
armadas para ir contra ellos; porque ¿con qué fin es que Dios ha creado
todas las cosas, si no es para que su gloria pueda brillar en ellos?
Ahora bien, si los hombres se sujetan a Dios por propio placer, y rinden
a Dios el honor que él se merece; lo dicho aquí de sus ejércitos y
regimientos no será para atemorizar, sino más bien para que se
regocijen. En efecto, cuando las escrituras nos narran que Dios tiene
muchos millones de ángeles alrededor suyo, listos para hacer lo que él
les mande, ¿a qué propósito lleva esto, sino para que reconozcamos que
cuando Dios nos haya recibido en su gracia, aunque fuésemos sitiados de
todas partes, él es suficientemente poderoso para mantenernos bien
protegidos aquí abajo? Entonces, cuando los hombres exhiban todo su
poder, pensarán en esto y aquello para arruinarnos; y cuando el mismo
diablo se levante contra nosotros, no tenemos que temer. ¿Por qué no?
Porque Dios tiene sus ejércitos celestiales para protegernos; como está
dicho, "Ángeles acampan alrededor de los que temen a Dios," en Salmo
34:7 y luego, él ha ordenado a sus ángeles guiarnos de tal modo que el
fiel no tropiece. Vemos entonces cómo la infinita multitud de ángeles
tiene el propósito de confortarnos o de asegurarnos que Dios proveerá
para nosotros en tiempo de necesidad y que él tiene con qué hacerlo.
Pero aunque los creyentes descansen en Dios y con toda humildad de los
ángeles, también es cierto que aquellos que se rebelan, todos los
orgullosos, todos los rebeldes debieran ser atemorizados por él,
debieran reconocer que oponiéndose así a Dios, también se las tendrán
que ver con muchos enemigos, que todo el poder de los ángeles se volverá
contra ellos para aplastarlos, que igualmente todas las criaturas
estarán para defender la gloria de aquel por cuya virtud existen.
De
modo que recordemos bien la palabra dicha aquí, "Los ejércitos de Dios
son innumerables." Sobre esa base debiéramos reconocer que es en vano
que los hombres conspiren contra nosotros; porque cuando hayan juntado a
todos sus ejércitos, aun así no serán más fuertes; Dios siempre tendrá
victoria sobre ellos. Entonces, ya no seamos engañados, viendo que
estamos bien acompañados, que habrá mucho pueblo que se parece a
nosotros. ¿Y por qué no? En un momento todos podemos ser confundidos por
la mano de Dios, y por su poder. Y entonces, aunque él solo sea
suficiente para nuestra salvación o nuestra perdición, todavía le quedan
sus ejércitos que están preparados y equipados con un armamento
incomprensible para nosotros, a los cuales preparará contra nosotros
cuando bien le parezca. Temamos entonces, y aprendamos (como he dicho) a
no inflarnos al ver que el mundo está de nuestra parte y que habrá gran
poder para protegernos; todo ello no nos servirá de nada contra el
poder de Dios que nos es declarado aquí. Ahora, con esto se puede ver
cuan ciego puede ser la incredulidad de los hombres; porque debemos
escoger, o bien que los ángeles del paraíso nos tengan bajo su cuidado, y
que ellos velen por nosotros, y que sean ministros de salvación; o
bien, que sean nuestros adversarios, y adversarios de muerte. He aquí
Dios usando semejante bondad y gracia hacia nosotros que ordena que sus
ángeles nos sirvan (como lo dice Salmo 91:11); quiere que seamos
advertidos por ellos, y además dice que constituyen sus poderes, como si
extendieran su mano sobre nosotros a efectos de poder protegernos.
/.Cuál es la consecuencia entonces, del hecho de ser guiados por los
ángeles, y de ser protegidos de todo mal? No podemos escoger semejante
bien; aquí se nos lo ofrece, sólo nos resta aceptarlo. ¿Pero nosotros,
qué hacemos? Por mucho que debamos recibirlo como un don de Dios, nos
acercamos a él desafiando la majestad de Dios provocando a sus ángeles y
hostigándolos para nuestra perdición y confusión. ¿No será entonces que
estamos totalmente privados de razón, y que el diablo realmente nos ha
embrujado, puesto que preferimos tener a los ángeles como enemigos en
vez de tenerlos como ministros de nuestra salvación; puesto que ellos
están listos para ayudarnos y guiarnos, siempre y cuando seamos miembros
de nuestro Señor Jesucristo y que lo honremos como a nuestra cabeza?
Entonces, aprendamos que cada vez que se nos hable de Dios, a no pensar
que él es como algo muerto, sino de pensar en su gloria tal como aquí
nos es declarada. Y puesto que somos demasiado estúpidos, recordemos que
Dios tiene a sus ejércitos, y que tiene un número infinito de ángeles
que están dispuestos a ejecutar sus mandamientos, y que todas sus
criaturas le obedecen, lo que también es totalmente razonable.
Consecuentemente,
cuando se dice, "La luz de Dios está sobre todos," ello se interpreta
como que Dios derrama sus dones sobre sus criaturas para que alguna
chispa de bondad y sabiduría sea percibida para que alguna chispa de
bondad y sabiduría sea percibida en todas partes; si bien ella ha sido
designada especialmente para los hombres, porque también es allí donde
la luz de Dios es percibida, como dice en el primer capítulo de San
Juan, ya que desde el principio Dios no solamente dio vida a las
criaturas, sino que les dio vida para mantenerlas en ella; ciertamente,
por el poder de su palabra; pero en cuanto a los hombres, les dio luz a
su vida. Entonces todas las criaturas existen porque siempre reciben
vida de nuestro Señor Jesucristo, la palabra eterna de Dios; pero
tenemos una vida más noble y más exquisita que la de las bestias o de
los árboles o de los frutos de la tierra. ¿Por qué es así? Nosotros
tenemos inteligencia y razón. De manera entonces, que la luz de Dios
brilla sobre los hombres; y si estamos sujetos así y obligados hacia
Dios, ¿acaso no somos tanto más culpables, si hacemos que esta luz se
desvanezca? Es muy cierto, porque debemos recordar lo que dice el
apóstol San Pablo en Hechos 17:27 que cuando vengamos palpando a ciegas,
buscándolo a él, no obstante, la gloria de Dios será experimentada.
¿Cómo es eso? El habita en nosotros, no necesitamos buscarlo lejos, es
en él que vivimos y nos movemos y tenemos el poder para ser. Así es
entonces, cómo es expuesto este pasaje: es que Dios, habiéndonos hecho
partícipes de su luz nos ha comprometido tanto consigo mismo que
nosotros seríamos más que ingratos si tratamos de aniquilar su gloria, y
si no le rendimos lo que es suyo. ¿Y por qué? El hombre no puede
moverse si no experimenta que Dios habita en él; es de él que tenemos la
vida, y es también él a quien tenemos que agradecer que nos haya hecho
criaturas razonables más bien que bestias brutas. ¿Porque a qué se debe
que somos más valiosos que bueyes y asnos, excepto porque a Dios le
agradó preferirnos? De manera entonces que esta luz por la cual Dios nos
ilumina es para nosotros semejante ocasión para exaltar su gloria y
sujetarnos bajo su mano.
Este
es un significado que está implícito en el pasaje que además contiene
una buena doctrina. Pero cuando cada cosa es adecuadamente considerada,
Bildad no quiere indicar meramente que Dios ha derramado su luz sobre
nosotros para darnos inteligencia y razón; muestra, en cambio, que no
podemos huir de su presencia, que tenemos que andar delante de él, y que
él ve todas las cosas, y que él realmente tiene sus ojos sobre
nosotros. Así es entonces, como la luz de Dios es derramada sobre los
hombres; y es en la misma medida que no podemos ocultarnos de su
presencia. Y es siguiendo la proposición que nos ha expuesto. Porque,
como Bildad dijo, Dios tiene a sus ángeles; están equipados para su
servicio, son semejantes a grandes ejércitos. Ahora también agrega que
para nosotros será en vano, que no seremos capaces de huir de la
presencia de Dios. Es cierto que saltamos como sapos, y que imaginamos
ser como caballos desbocados; pero al final tenemos que someternos a
Dios. ¿Y por qué? porque su luz brilla de tal manera sobre nosotros que
no podemos huir de él, como podríamos hacerlo si estuviéramos tratando
con un hombre mortal. Aprendamos entonces que esa debe ser nuestra
conclusión cuando somos tentados a semejante atrevimiento como es el de
pensar que podemos escapar de la mano de Dios. ¿En verdad? ¿Y adonde
iremos? Porque sabemos que su poder es derramado en todas partes, y que
su mirada escudriñadora es infinita. Cuando hayamos entrado a las
profundidades de la tierra, aun allí no dejará de vernos y de tomar nota
de lo que hacemos. Nosotros, entonces, seríamos más que necios si nos
levantamos contra Dios, sabiendo que será en vano trastornar y mezclar
las cosas, y planificar muchos proyectos y conspiraciones. Porque todo
ello de nada aprovechará puesto que somos observados siempre por él y
por su ojo avizor. Ahora bien, esta es una doctrina suficientemente
común en las Santas Escrituras; pero apenas la recordamos, puesto que es
escasamente practicada, al menos por nosotros. Y siendo esto así, si
nos viniera a la memoria, que Dios nos ve, y que todo cuanto hacemos y
decimos es anotado por él, les pregunto, ¿no debiéramos andar con más
temor y cuidado del que tenemos comúnmente? Pero, ¿qué es lo que
hacemos? Solamente tenemos miedo de los hombres; con tal que aquí abajo
no tengamos testigos contra nosotros, estamos satisfechos. Y este es el
motivo por el cual los hombres sueltan las riendas de sus malvadas
codicias; es decir, porque el Espíritu de Dios no tiene dominio en sus
vidas, y les parece muy bien haber concebido cosas execrables y haberlas
hecho, puesto que nadie los amonesta. Entonces, hay muy poco de la ley
de Dios delante de sus ojos. Porque si tuvieran esta luz en mente, es
cierto que la misma reprimiría la totalidad de sus malos deseos, los
purgaría de todas sus fantasías con las cuales están inflados. En
efecto, si estamos avergonzados delante de los hombres, ¡cuánto más
deberíamos ser movidos por aquel que es el Juez de todos! Porque si los
hombres nos juzgan, no lo hacen en su propia autoridad, ni en su propio
nombre; es solamente para aprobar el juicio de Dios, puesto que
solamente tiene él esa competencia. Ahora aquí está Dios que nos ve; sin
embargo, no le rendimos ninguna reverencia; no nos preocupa provocar su
ira contra nosotros. ¿Cómo es posible? De modo entonces, cuando hayamos
aprendido bien esta lección, de que Dios ha derramado su luz sobre
nosotros, ciertamente será un buen motivo para hacernos andar en toda
pureza de conciencia, no solamente corrigiendo las faltas que cometemos
exteriormente hacia los hombres, sino todo el mal que está oculto en
nuestro interior, y toda hipocresía. Esto es entonces, lo que tenemos
que recordar de esta palabra.
Ahora
Bildad, habiendo hablado de esta manera, agrega, "¿Qué justicia,
entonces, se atribuirá al hombre comparado con Dios? " Palabra por
palabra esto es, "con Dios. ¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?"
Esto es como un auténtico comparendo dirigido hacia nosotros, para
mostrarnos que somos muy necios estimándonos a nosotros mismos, y
haciendo creer que tenemos alguna justicia o poder en nosotros, algo que
sea digno de alabanza. Un ladrón que está en medio del bosque no temerá
ni la justicia ni ninguna otra cosa. Es cierto que siempre llevará un
temor; como ya se ha visto antes, Dios ha grabado sobre el corazón de
los hombres tal sentimiento hacia sus pecados que ellos tienen que
juzgarse y condenarse a sí mismos. A pesar de ello los malhechores están
tan contentos que no les importa ahorcar a cuanto caminante encuentren
si lo pueden atrapar. Sin embargo, cuando ven que su tiempo se acaba,
cuando ven que su pago está listo ya no tienen ese valor, ya no tienen
esa furia con la cual fueron embrutecidos. Así es con nosotros; porque
mientras no sabemos que tenemos que rendir cuentas a Dios, y mientras no
comprendemos su infinito poder, y el señorío que tiene en sí mismo,
existe tal presunción en nosotros que no nos cuesta nada magnificarnos
por encima de las nubes; y si se menciona justicia en cuanto a nosotros,
no tardamos en hallarla, nuestros vicios nos son virtudes. Así es como
los hombres, antes de haber sido convocados delante de él, y traídos por
la fuerza, están tan ebrios de su coraje que no pueden reconocerse tal
como son. Porque si se reconocieran, ya no habría ocasión de apreciarse a
sí mismos. Es por eso que ahora Bildad dice de manera especial, "¿Cómo
se justificará el hombre mortal delante de Dios?" Esta palabra tiene
mucho peso, es como si dijera, "Muy bien, mientras los hombres están
entre ellos, serán plenamente capaces de juzgar sus virtudes, cada uno
de ellos dirá, 'Yo, yo soy un buen hombre' y aun se estimará mucho más
que otros cuando se trate de ponderase en la balanza. 'Y este fulano
tiene tal defecto, tiene tal y cual vicio.'" Sabemos perfectamente bien
cómo despreciar a otros echándolos por tierra que es una maravilla; y
sin embargo, no queremos confesar nuestras propias debilidades, nos
cubrimos todo lo que podemos. Y si existe una pequeña gota de virtud (al
menos así parece; porque todo ello no es sino humo, como pronto
veremos), ¡oh! queremos que Dios nos tenga en tanta estima y que nos
precie tanto, que debiera robarse a sí mismo para recompensarnos. Esta
es, entonces, la arrogancia de los hombres, en efecto, mientras ellos se
consideran entre sí. Pero cuando hemos venido ante Dios y reconocemos
lo que somos, y cuando inquirimos en nuestro interior para examinar
nuestra vida, siendo aterrados por su majestad, que no nos permite
enredarnos en nuestra hipocresía y mentiras, entonces olvidamos todas
estas necias jactancias por las cuales estuvimos engañados por un
tiempo. Y aprendamos así, siguiendo lo que aquí se nos declara, que
cuando seamos tentados con orgullo, y cuando supongamos tener alguna
virtud con la cual estimarnos grandemente a nosotros mismos, aprendamos,
digo, a presentarnos delante de Dios, y no esperemos que él nos
arrastre a su presencia, sino que cada uno cumpla este oficio consigo
mismo; porque aquí está nuestro Señor quien nos muestra el procedimiento
que debemos seguir. El hombre entonces, siempre imaginará tener, no sé
qué, con lo cual magnificarse a sí mismo; pero para corregir esta
necedad y arrogancia dejemos que solamente se pregunte, "¿Quién eres?"
Ahora bien, para saber quiénes somos, vengamos a Dios. Porque el hombre
nunca se reconocerá mientras esté encerrado en sí mismo, o mientras se
compara a sí mismo con sus semejantes; pero es cuando hayamos elevado
nuestros ojos y reconozcamos que debemos venir ante el trono de aquel
que conoce a cada uno, que no es como los hombres mortales que están
contentos con trozos de deshecho, y ante quien no podemos presentar
nuestras cáscaras externas, que son todas esas cosas que no sirven para
nada, que aquí se precian tanto. Entonces, cuando hayamos conocido que
todo ello se desvanece delante de Dios, entonces aprenderemos a tomar
nuestro lugar, y a no ser elevados con semejante orgullo.
Y
es por eso que se dice, "hombre" ciertamente, "aquel que es nacido de
mujer, ¿cómo se justificará con respecto de Dios?" Sin embargo, puesto
que no existe nada más difícil, que hacer razonar a los hombres, y
lograr que sean totalmente despojados de su vana confianza, por la cual
son engañados, Bildad agrega aquí, "He aquí que ni aun la misma luna
será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos;
¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano, y el hijo del hombre, también
gusano." Es cierto que esta palabra puede ser expuesta de diversas
maneras, es decir, como que Dios no va a brillar tan lejos como la luna;
o bien que no extenderá su tabernáculo, es decir, que no se digna a
acercarlo; y que las estrellas no son puras, es decir, todas las
criaturas en las cuales no obstante vemos gran nobleza, realmente
tendrían que ser removidas por Dios; que existe una distancia demasiado
grande. Y esto se dice especialmente porque las criaturas en las alturas
son más excelentes que aquellas aquí abajo. Pero aunque fuera así, allí
está Dios que está tan distante de ambos, tanto de la luna como de las
estrellas, que existe una distancia infinita. ¿De qué manera entonces
hemos de acercarnos a él? Ahora este significado es suficientemente
útil; en efecto, ya sea que se lo interprete como "brillar" o como
"extender su tabernáculo," es todo lo mismo. En resumen, Bildad quiere
indicar que si el Señor quisiera llamar ante su presencia sus criaturas,
no hallaría más luz en la luna, y las estrellas quedarían oscuras; y,
sin embargo, ellas son las que iluminan el mundo; de modo que todas las
cosas tendrán que ser aniquiladas cuando se presente la majestad de
Dios. Ahora los hombres se agradan y se glorifican ellos mismos. ¿Adonde
están alas con las que podamos ascender tan alto para tomar la luna
entre nuestros dientes (como ellos dicen) o para escalar las estrellas?
Sin embargo, cuando suponemos que no tenemos absolutamente nada en
nosotros mismos y que Dios se presenta, todo tiene que ser tragado, y
transformado a nada, por su gloria incomprensible. Ahora vemos dónde
están los hombres cuando quieren glorificarse ellos mismos. Ciertamente
digo, Satanás tiene que haberlos embrujado totalmente; porque es como si
volaran por encima de las estrellas. ¿Y están suficientemente equipados
para ello? Cuando los hombres quieren escalar solamente cuatro
escalones, es para quebrarse la nuca, luego para despedazarse sus
nervios. Ahora bien, siempre que suponemos que tenemos algo para
glorificarnos a nosotros mismos, damos semejante salto que es como para
quebrar la nuca de los hombres y de los ángeles por así decirlo.
Entonces, ¿no es que somos (como ya lo he dicho) más que locos? Esta es
la intención de Bildad.
Además,
hay algunos que exponen esto como que son las eclipses de la luna, pero
tal interpretación de ninguna manera puede ser garantizada; porque el
sentido es más simple, es decir: las criaturas más nobles, y que incluso
parecen tener algo de divinidad no son nada cuando se las compara con
Dios; todo esto tiene que ser reducido a nada y que solamente permanezca
Dios en su perfección; y nosotros tenemos que reconocer que no hay ni
justicia ni poder, ni sabiduría, sino solamente en él; todo el resto no
es más que mera vanidad. Es cierto, sin embargo, que la experiencia
muestra que el sol no es oscuro, ni las estrellas. Sí, verdaderamente,
con respecto de nosotros. Entonces tenemos que notar que la luz que
tienen deben tomarla prestada de otra parte.1 Son como pequeñas chispas
que Dios muestra de su gloria. Entonces, ni el sol, ni la luna, ni las
estrellas pueden glorificarse por derecho propio. Incluso si Dios se les
opusiera esta luz tendría que ser oscurecida con todo el resto. Porque
si ante el sol el aspecto de las estrellas nos parece oscuro, les
pregunto ¿qué será respecto de la infinita luz de Dios? Ahora vemos la
intención de Bildad. En efecto, en cuanto a la luna dice que no habrá
luz; las estrellas no tendrán pureza delante de Dios. Es como si dijera:
"Ciertamente vemos la luz derramada en todo el mundo; tenemos nuestros
ojos que la reciben y se regocijan e ella; sin embargo, todo ello no es
nada delante de Dios, incluso en cuanto al cuerpo de la luna y de las
estrellas del cielo, todo ello" dice Bildad, "será oscurecido y se
desvanecerá al ser comparado con la gloria de Dios."
Y
ahora venimos a los hombres, ¿Qué son? ¿Qué pueden hacer? ¿Qué poder
tienen? ¿De qué se pueden jactar? No son sino gusano y pudrición; y, sin
embargo, se quieren justificar en ello? Solamente nos resta practicar
esta doctrina y aplicarla a nuestro uso. Aquí se nos muestra que al
venir delante de Dios, no hay nada digno de alabanza que podamos traer.
Entonces aquí se declara a los hombres despojados de todo bien, sin una
sola gota de justicia por la cual podrían mejorar ellos mismos; no les
queda sino aceptar su condenación sabiendo que solamente encierran todo
tipo de pobreza y miseria. Ahora bien, si esta doctrina fuese bien
conocida por los hombres no tendríamos tantos combates y disputas con
los papistas como los que tenemos. Porque quienes están del lado de
ellos se precian de su libre voluntad; como si los hombres tuvieran
algún poder para disponer de sí mismos delante de Dios. Es cierto, sin
lugar a dudas, confesarán que somos débiles, y que no podemos hacer nada
sin la ayuda de Dios, y sin ser preparados por la gracia de su Espíritu
Santo. ¿Pero qué? Mientras tanto atribuyen algunas capacidades a los
hombres; y entonces se consideran cooperadores con Dios para ayudarle en
su gracia, para trabajar en común; en resumen, son sus compañeros. Y
entonces, ¿cuál es el fundamento que ellos ponen? Ellos mismos tienen
que atribuirse esto y aquello de manera que ya no será asunto sino de
magnificar a los hombres en sus poderes y méritos. Porque si bien
siempre confiesan que necesitamos de la piedad de Dios y que él tiene
que ser misericordioso con nosotros, ¡oh! sin embargo, levantan viento
en su interior de manera de inflarse; es decir que se embriagan con
estas doctrinas diabólicas haciendo creer que tienen más mérito, y que
Dios los acepta conforme porque pueden ser dignos de su gracia, y que él
siempre tiene en cuenta sus virtudes. Así es entonces, en el papado. "Y
entonces" dirán, "si fallamos, ¡oh! tenemos nuestras obras que
sobreabundan; podemos satisfacer a Dios respecto de nuestros pecados; y
aunque le hayamos ofendido, y aunque sabemos que perdonará nuestras
faltas, no obstante, podemos presentarle algunas satisfacciones; y esta
es la forma de reconciliarnos con él." Ahora, si esto que se nos muestra
aquí por Bildad, y lo que hemos visto previamente hubiera sido mejor
conocido, todas estas disputas se vencerían. Para los papistas, les es
fácil juzgar, así rápidamente, la justicia de los hombres, sus méritos,
sus satisfacciones y su libre voluntad. ¿Y por qué? Porque no tienen en
cuenta a Dios, porque están dormidos en su vana creencia, la cual han
concebido ellos mismos para justificar a los hombres con su propio
poder. Sin embargo, debiéramos notar bien este pasaje. Notemos entonces,
para concluir, cuando podamos convocar nuestras conciencias delante de
Dios, será para humillarnos, y de tal manera que ya no será cuestión de
presumir nada con respecto de nosotros mismos; en cambio, reconoceremos
que somos solamente gusano y pudrición, que en nosotros solamente hay
infección y toda clase de hediondez. ¿Qué queda, entonces? Aprendamos
adonde depositar toda nuestra confianza cada vez que se nos hable de los
medios de nuestra salvación, es decir, que siendo recibidos por nuestro
Dios mediante su pura bondad, él nos purga y limpia con su Santo
Espíritu de todas nuestras manchas, y nos lava en la sangre de nuestro
Señor Jesucristo, la cual ha derramado para purgarnos, dejándonos tan
puros y limpios que podemos existir ante su rostro.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.